domingo, 30 de diciembre de 2012

miércoles, 26 de diciembre de 2012

domingo, 23 de diciembre de 2012

martes, 18 de diciembre de 2012

domingo, 16 de diciembre de 2012

Tres Danzas de Ignacio Cervantes

(Adios a Cuba, Ilusiones perdidas, Homenaje)

sábado, 15 de diciembre de 2012

jueves, 13 de diciembre de 2012

No speak English


   Mamacita es la mamá grande del hombre del otro lado de la calle, el del tercer piso de la parte delantera. Rachel dice que debería llamarse mamasota, pero a mí me parece cruel.
   El hombre ahorró todo su dinero para traerla. Ahorró sin parar porque ella estaba sola con el crío en aquel país. Él tenía dos empleos. Volvía tarde a casa y se iba pronto. Cada día.
   Entonces, un día llegaron Mamacita y el crío en un taxi amarillo. La puerta del taxi se abrió como el brazo de un camarero. Asomó un zapatito rosa, un pie suave como la oreja de un conejo, luego un tobillo gordo, un flamear de caderas, rosas fucsia y perfume verde. El hombre tuvo que tirar de ella mientras el taxista empujaba. Tirar, empujar. Tirar, empujar. ¡Pumba!
   De repente floreció. Gigante, enorme, daba gusto verla desde la pluma rosa salmón de su sombrero hasta los capullos de rosa de sus pies. Yo no podía dejar de mirar sus zapatitos.
   Subió escaleras arriba, arriba, con el crío envuelto en una manta azul, mientras el hombre cargaba las maletas, sus cajas de sombreros color lavanda y una docena de cajas de zapatos de satén de tacón alto. No volvimos a verla.
   Unos dicen que es porque está demasiado gorda, otros que es por los tres tramos de escalones, pero yo creo que no sale porque le da miedo hablar inglés, y tal vez sea eso, porque solo sabe ocho palabras. Sabe decir: He not here, cuando viene el casero; No speak English, cuando viene cualquier otro, y Holy smokes. Eso no sé dónde lo habrá aprendido, pero una vez se lo oí decir y me sorprendió.
   Mi padre cuenta que cuando él llegó a este país comió huevos con jamón durante tres meses. Para desayunar, para almorzar y para cenar. Huevos con jamón. Era lo único que sabía pedir. Ahora nunca come huevos con jamón.
   Sea por lo que fuere, porque es gorda, porque no puede subir los escalones o porque le da miedo hablar inglés, nunca baja. Se pasa el día sentada junto a la ventana, oye los programas de radio en castellano y canta todas esas canciones nostálgicas sobre su país con una voz que parece de gaviota.
   Hogar. Hogar. El hogar es una casa en una fotografía, una casa rosa, rosa corno las malvalocas bajo una luz intensa. El hombre pinta de rosa las paredes del piso, pero ya se sabe que no es lo mismo. Ella sigue suspirando por su casa rosa y luego creo que llora. Yo lloraría.
   A veces el hombre se enfada. Empieza a gritar y se le oye desde la otra punta de la calle.
   Ay, ella dice, está triste.
   Oh, dice él, otra vez no.
   ¿Cuándo, cuándo, cuándo?, pregunta ella.
   ¡Ay, caray! Estamos en casa. Esto es nuestro hogar. Aquí estoy y aquí me quedo. Habla inglés. Habla ingles. ¡Por Dios!
   ¡Ay! Mamacita, que no pertenece a este mundo, suelta de vez en cuando un grito histérico, agudo, como si el hubiera roto el único bullo que la mantenía viva, la única carretera que lleva a aquel país.
   Y luego, para romperle el corazón para siempre, el crío (que ya ha empezado hablar) se pone a cantar el anuncio de Pepsi que ha oído por la tele.
   No speak English, le dice ella al crío que canta en un idioma que suena como la hojalata. No speak English, No speak English y le suben burbujas a los ojos. No, no, no, como si no pudiera creer lo que está oyendo.


lunes, 10 de diciembre de 2012

Che


sábado, 8 de diciembre de 2012

When I was a Bird

I climbed up the karaka tree
Into a nest all made of leaves

But soft as feathers.

I made up a song that went on singing all by itself

And hadn't any words, but got sad at the end.

There were daisies in the grass under the tree.

I said just to try them:

"I'll bite off your heads and give them to my little

children to eat."

But they didn't believe I was a bird;

They stayed quite open.

The sky was like a blue nest with white feathers

And the sun was the mother bird keeping it warm.

That's what my song said: though it hadn't any words.

Little Brother came up the patch, wheeling his barrow.

I made my dress into wings and kept very quiet.

Then when he was quite near I said: "Sweet, sweet!"

For a moment he looked quite startled;

Then he said: "Pooh, you're not a bird; I can see

your legs."

But the daisies didn't really matter,

And Little Brother didn't really matter;

I felt just like a bird.  
Katherine Mansfield


viernes, 7 de diciembre de 2012

jueves, 6 de diciembre de 2012

lunes, 3 de diciembre de 2012

lunes, 26 de noviembre de 2012

miércoles, 21 de noviembre de 2012

viernes, 16 de noviembre de 2012

domingo, 11 de noviembre de 2012

domingo, 28 de octubre de 2012

sábado, 27 de octubre de 2012

miércoles, 24 de octubre de 2012

martes, 23 de octubre de 2012

jueves, 18 de octubre de 2012

Santa Fe, Saer y el río sin orillas


… Nado
en un río incierto que dicen que me lleva del recuerdo a la voz.
(El arte de narrar)



domingo, 14 de octubre de 2012

lunes, 8 de octubre de 2012

domingo, 30 de septiembre de 2012

miércoles, 8 de agosto de 2012

Memorial de la Puna: Héctor Tizón



Héctor Tizón (Yala, Jujuy, 1929 - Jujuy, 30 de julio de 2012)

martes, 31 de julio de 2012

Río de las Congojas: Libertad Demitrópulos


Libertad Demitrópulos 
(Ledesma, Jujuy, Argentina, 1922 - Buenos Aires, Argentina,  1998).

 

domingo, 22 de julio de 2012

miércoles, 18 de julio de 2012

Morir como tú, Horacio

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como siempre en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria ...
Allá dirán.

No se vive en la selva impunemente,
ni cara al Paraná.
Bien por tu mano firme, gran Horacio ...
Allá dirán. 

“No hiere cada hora –queda escrito-,
nos mata la final.”
Unos minutos menos ... ¿quién te acusa?
Allá dirán. 

Más pudre el miedo, Horacio que la muerte
que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías ...
Allá dirán. 

Sé que la mano obrera te estrecharon,
mas no si Alguno o simplemente Pan,
que no es de fuertes renegar su obra ...
(Más que tú mismo es fuerte quien dirá.) 

Alfonsina Storni, Poesías Completas, Soc. Editora Latino 
Americana, Bs. As., 1968. 



miércoles, 27 de junio de 2012

martes, 26 de junio de 2012

Corazón de chirimoya desde Ayacucho/Perú


quechua chiri, "frío, fría", muya, "semillas", puesto que germina a elevadas altitudes, en quechua se escribe chirimuya

viernes, 22 de junio de 2012

Gabriela Mistral

Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, conocida por su seudónimo Gabriela Mistral (Vicuña, 7 de abril de 1889 – Nueva York, 10 de enero de 1957) fue una de las principales figuras de la literatura chilena y latinoamericana y la primera persona de América Latina en ganar el Premio Nobel de Literatura que recibió en 1945.

  CANCIÓN QUECHUA
Donde fue Tihuantisuyo,
nacían los indios.
Llegábamos a la puna
con danzas, con himnos.

Silbaban quenas, ardían
dos mil fuegos vivos.
Cantaban Coyas de oro
y Amautas benditos.

Bajaste ciego de soles,
volando dormido,
para hallar viudos los aires
de llama y de indio.

Y donde eran maizales
ver subir el trigo
y en lugar de las vicuñas
topar los novillos.

¡Regresa a tu Pachacamac,
En-Vano-Venido,
Indio loco, Indio que nace,
pájaro perdido!






jueves, 7 de junio de 2012

Los Desterrados (1926) y Misiones

Los mensú (1917) y más monte

Mensú es el nombre que recibe el trabajador rural de la selva en la zona de Paraguay y las provincias argentinas de Corrientes y Misiones, y en particular el trabajador de las plantaciones de yerba mate. El término, de origen guaraní, proviene de la palabra española "mensual", referida a la frecuencia del pago del salario. Históricamente, el trabajo del mensú ha sido tradicionalmente asimilado a un régimen servil o semi-esclavo. 

Selva... Noche... Luna
pena en el yerbal
el silencio vibra
en la soledad,
y el latir del monte
quiebra la quietud
con el canto triste
del pobre mensú.

jueves, 24 de mayo de 2012

El país de las últimas cosas (1987)


A veces creo que ya vivimos en el país de las últimas cosas...

martes, 24 de abril de 2012

sábado, 21 de abril de 2012

Escritores en Cuba: Cortázar

"En las noches habaneras, abriéndose paso entre periodistas, Julio Cortázar lograba trasladar su osamenta fosforescente a El gato tuerto. Ahora hay allí una silla vacía. No me gustan las frases huecas, pero de veras que cuando Julio se fue, nos quedamos más pobres."

 por Roberto Fernández Retamar en Punto Final, Santiago de Chile, 1967

Escritores en Cuba: García Lorca

“Esta isla es un paraíso. Cuba. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba”

 En marzo de 1930, Lorca salió de Nueva York en tren con rumbo a Miami, donde se embarcó para Cuba. Antes de su llegada, su visión de la isla era, según él mismo reconoció, puramente pintoresca; al pensar en el paisaje cubano y en el tono poético de la isla, recordaba las deliciosas litografías de las cajas de habanos que había visto de niño.

 Entre el 7 de marzo y el 12 de junio de 1930 (fechas de su estancia en Cuba) vivió unos días intensos y alegres. Dio una serie de conferencias, con enorme éxito, en la Institución Hispano-Cubana de Cultura. Exploró la cultura y la música afrocubanas y compuso un son basado en los ritmos de los negros.


   
SON DE NEGROS EN CUBA

viernes, 13 de abril de 2012

lunes, 26 de marzo de 2012

Gracias Ve!

El Remanso

La estancia El Remanso quedaba a cuatro horas de tren, en el oeste de Buenos Aires. Era un campo tan llano que el horizonte subía sobre el cielo por los cuatro lados, en forma de palangana. Había varios montes de paraísos color de ciruela en el verano y color de oro en el otoño; había una laguna donde flotaban gritos de pájaros extraños; había grupos de casuarinas que parecían recién llegados de un viaje en tren, y sin embargo contenían en sus hojas de alfileres una sonoridad muy limpia, bañada por el mar; había una infaltable calle de eucaliptos que llevaba hasta la casa. Y en esa casa, tan sólo de un lado no se veía el horizonte, pero no era ni del lado en que se acostaba el sol ni del lado en que se levantaba. Estaba rodeada de corredores donde se reflejaban lustrosas las puestas de sol y donde se estiraba el mugido de la hacienda.

Era una mañana radiante cuando Venancio Medina había llegado a la estancia, en un vagón que le había prestado el almacenero, cargado con un baúl roto, un ropero sin espejo, cuatro atados de ropa, un perrito blanco enrulado, su mujer y sus dos hijas. Le habían indicado la casita blanca de dos cuartos donde iban a vivir él y su familia. Venancio Medina había examinado desde el primer instante los corredores de la casa grande, donde estaban sentados en ruedas de medias lunas los dueños de casa. Había media docena de chicos. La familia se componía de varias familias juntas, y Venancio creyó al principio que la mayor parte eran visitas.

La familia, inmovilizada sobre escalones progresivos de sueño, pareció conmoverse al ver desembarcar del vagón a Venancio Medina con su chica más chiquita en los brazos. Más que una chica, parecía un monito vestido de rojo. En seguida corrió parte de la familia inmovilizada, movilizada en busca de la chica.

Venancio Medina sintió sobre su brazo las polleras empapadas de la hija que acababa de hacerse pis, pero no pudo retenerla de las manos que se la llevaban hasta el comedor de su casa, donde la pusieron sobre la mesa como un postre, contemplándole por todos lados su llanto inarticulado. Venancio miraba desde la puerta, absorto, y el nombre de su hija revoloteaba por toda la casa, como en su casa el nombre del perrito enrulado.

De eso hacía ya más de diez años. Venancio había entrado a la estancia en calidad de casero, pero sus actividades múltiples lo llevaron desde mucamo de comedor, cuando los sirvientes abandonaban la casa, hasta jardinero cuando el jardinero llegaba a faltar. Fue después cuando eligió definitivamente el puesto de cochero. Y era evidente que había nacido para ser cochero, con sus grandes bigotes y un chasquido inimitable de lengua contra el paladar, que hacía trotar cualquier caballo sobre el barro más pesado. Los chicos, sentados sobre el pescante del break, trataban de imitar ese ruido opulento y mágico que aventajaba el látigo para poner en movimiento las ancas de los caballos.

Mientras tanto, la mujer de Venancio se ocupaba de la casa; era ella la que hacía el trabajo de los dos, siempre rezongando y pegando a sus hijas; siempre furiosa de trabajo, con la cabeza lista a esconderse dentro del cuerpo como la cabeza de una tortuga, en cuanto alguien se le acercaba.

Sus dos hijas crecían perezosas y lánguidas como flores de invernáculo.

Siempre los otros chicos las llamaban para jugar en el jardín, justo en el momento en que la madre las perseguía con una escoba para que barrieran. Y se iban llenas de risas por entre los árboles, Libia y Cándida, adonde las esperaban entre nubes de mosquitos las confidencias asombrosas de esa familia de chicos de todas las edades y de todos los sexos. Se habían vuelto imprescindibles. Si no estaban Libia y Cándida, no había bastantes árboles para jugar a Las Esquinitas; si no estaban Libia y Cándida, no había bastantes vigilantes para jugar a Los

Vigilantes y Ladrones; si no estaban Libia y Cándida, no había bastantes nombres de frutas para jugar a Martín Pescador. Y a lo largo del día, jugaban escapándose de las siestas en los cuartos dormidos. Sentían un delicioso placer que las arrancaba de sus padres. Presenciaban los odios mortales que dividían a los chicos en bandadas de insultos que se gritaban de un extremo al otro del parque, sentados en los bancos con aire de meditación. (A veces, no les alcanzaban los nombres de animales para insultarse; tenían que recurrir al diccionario.)

Libia y Cándida tenían los libros de misa llenos de retratos de sus amigas.

Sentían el desarraigo de no poder preferir a ninguna, de miedo a que se resintieran las otras. Y se pasaban los inviernos en la estancia vacía, esperando cartas prometidas que no llegaban. Y a medida que iban creciendo, disminuía levemente alrededor de ellas ese cariño que era del color del sol que las unía en verano. Los vestidos que les regalaban les quedaban justos, no había que soltar ningún dobladillo, no había que deshacer ninguna manga. Libia y Cándida entraban como ladronas a la casa grande, cuando la familia no estaba, para mirarse en los altos espejos. Estaban acostumbradas a verse con un ojo torcido y con la boca hinchada en un espejo roto, y el vestido invariablemente quedaba en tinieblas; pero en la casa grande abrían las persianas y se quedaban en adoración delante de sí mismas, y creían ver en esos espejos a las niñas de la casa.

Cándida, un día, se acercó tanto al espejo que llegó a darse un beso, pero al encontrarse con la superficie lisa y helada donde los besos no pueden entrar, se dio cuenta de que sus amigas la abandonaban de igual manera. El cariño que antes le enviaban, a veces en forma de tarjeta postal, ahora se lo enviaban en forma de vestido y de sonrisa helada cuando estaban cerca. Ya no había palabras, ya no había gestos, si no era el abrazo de las mangas vacías de los vestidos envueltos que venían de regalo. Cándida huyó ante su imagen y en el movimiento patético de su huida, que le retenía los ojos en el espejo, creyó ver un parentesco lejano con una estrella de cine que había visto un día en un film, donde la heroína se escapaba de su casa.

Llegaba el verano, llegaba el invierno y volvía el verano; eran grandes; los dueños de la estancia apenas las llamaban los domingos para llevarlas a misa. El odio crecía en ellas por el padre satisfecho y la madre furiosa.

Venancio Medina era cada vez más dueño de la estancia. Cuando iba hasta la estación a buscar las visitas, ante las exclamaciones de admiración de los viajeros, sacudía la cabeza y decía con modestia: "¡Qué va a ser lindo! ¡No tiene nada de lindo! ¡Hay otras estancias más lindas!"

Las hijas de Venancio pensaban que ninguna estancia podía ser linda, detestaban el canto tranquilo de las palomas a mediodía, detestaban las puestas de sol que dejaban manchas muy sucias de fruta en el cielo, detestaban, sobre todos los horrores humanos, el silencio. Libia se casó con el primer hombre que le ofreció llevársela a vivir cerca del macadam; gastaron todos los ahorros en muebles que no cabían en la casa demasiado chiquita. Así vivió en un amontonamiento de chicos recién nacidos, de muebles sucios, de carpetas bordadas y almohadones en que nunca tenía tiempo de sentarse a descansar.

Cándida, el mismo día, sin decir adiós a sus padres, tomó un tren que iba a Buenos Aires, con un atado de vestidos, donde llevaba los brazos vacíos de sus amigas.


jueves, 22 de marzo de 2012

Matar las tardes

...

Escribo sólo por matar las tardes,
por no ponerme a deshacer maletas,
por no arrastrarme por las estaciones,

por no andar, como el rey de los cobardes,
mustio, con un ramito de violetas,
en el sepelio de las decepciones.







miércoles, 1 de febrero de 2012

lunes, 30 de enero de 2012