"A principios de 1931, el puerto de Rosario no es el mismo puerto que hoy
conocemos. Es una ensenada barrosa y amplia de donde se levanta un
bosque de mástiles y velámenes. Pueden, verse allí, paraos y sampanes
llegados de la Malasia, bajeles uruguayos, balandras y mercantes
fenicios, galeones, goletas, buques acorazados soviéticos, bergantines
portugueses, sombrías falúas esclavistas. En derredor de ellos, asombra,
la febril actividad de cientos de barcazas y chalupas, jangadas, canoas
que hacen el servicio a Victoria, botes tejidos con juncos de Totóras
(traidos a lomo de mula desde el lago Titicaca) y que preanuncian el
puerto libre de Bolivia. Cada tanto, entre los oscilantes palos de los
embarcaderos, se levanta imponente, el calado majestuoso de alguna
fragata, o la augusta sobriedad de los balleneros, como “El Pequod”, que
viene de tanto en tanto a Rosario para aprovisionarse de pacú salado,
bocado predilecto del capitán Acab. Los espigones de madera trepidan
ante el paso de miles de marinos y son una mezcla excitante de aromas
exóticos. Huelen a dátiles de Mauritania, mangos, bayas y agua de coco
del caribe; especias de colores intensos desalabar. Se venden monos,
papagayos, zorrinos, manatíes, algún pingüino. A fines del 31, un marino
de la Goleta Corsaria Británica “Sunderland”, es abandonado en tierra
por fumar en la santabárbara del barco. Forzado a trabajar, instala,
frente mismo de la rada, un puesto de venta de pescado, embutidos,
tasajo, copra, scones, torta galesa, ron, ajenjo, leche malteada y té
Lipton..."
lunes, 8 de diciembre de 2014
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