Nuestro viaje se desplazó a los territorios de los mayas. Los templos de Palenque emergen de la selva tropical, dominados por espesas montañas vegetales: enormes ficus de troncos múltiples como raíces, maculís de frondas color lila, aguacates, cada árbol envuelto en una capa de lianas y plantas trepadoras y colgantes. Al bajar por la empinada escalinata del Templo de las Inscripciones sentí vértigo. Olivia, a quien no le gustaban las escaleras, no había querido seguirme y se había quedado confundida can la multitud de grupos ruidosos, de sonidos y colores que los autobuses descargaban e ingurgitaban continuamente en el claro entre los templos. Me había trepado solo al Templo del Sol, hasta el bajorrelieve del Sol-jaguar, al Templo de la Cruz Foliada, hasta el bajorrelieve del quetzal (colibrí) de perfil, después al Templo de las Inscripciones, que no comporta únicamente una subida (y relativa bajada) de la escalinata monumental, sino también la bajada en la oscuridad (y relativa vuelta a subir) de la escalerilla que lleva a la cripta subterránea. En la cripta está la tumba del rey sacerdote (que había podido observar ya mucho más cómodamente pocos días antes en un perfecto facsímil del Museo de Antropología de la Ciudad de México) con la complicadísima losa de piedra esculpida en la que se ve al rey manejando una maquinaria de ciencia ficción que es para nuestros ojos como las que sirven para lanzar los cohetes espaciales, y que en cambio representa el descenso del cuerpo a los dioses subterráneos y el renacimiento de la vegetación.
Bajé, volví a subir a la luz del sol jaguar, en el mar de linfa verde de la hojas. El mundo giró, degollado por el cuchillo del rey sacerdote, yo me precipitaba desde los altos peldaños a la selva de turistas con sus cámaras y sus usurpados sombreros de anchas alas, la energía solar corría por tupidísimas redes de sangre y clorofila, yo vivía y moría en todas las fibras de lo que es masticado y digerido y en todas las fibras que mcomiendo y digiriendo se adueñan del sol.
Bajo la pérgola de paja de un restaurante a la orilla de un río donde Olivia me había esperado, nuestros dientes empezaron a moverse lentamente con ritmo parejo y nuestras miradas se clavaron la una en la otra con una intensidad de serpientes. Serpientes sumidas en la pasión de tragarnos mutuamente, conscientes de ser a la vez tragados por la serpiente que incesantemente nos digiere y asimila en el proceso de ingestión y digestión del canibalismo universal que pone su impronta en toda relación amorosa y anula los límites entre nuestros cuerpos y la sopa de frijoles, el huacinango a la veracruzana, las enchiladas...