Mamacita es la mamá grande del hombre del otro lado de la calle, el
del tercer piso de la parte delantera. Rachel dice que debería llamarse
mamasota, pero a mí me parece cruel.
El hombre ahorró todo su dinero para traerla. Ahorró sin parar porque
ella estaba sola con el crío en aquel país. Él tenía dos empleos.
Volvía tarde a casa y se iba pronto. Cada día.
Entonces, un día llegaron Mamacita y el crío en un taxi amarillo. La
puerta del taxi se abrió como el brazo de un camarero. Asomó un zapatito
rosa, un pie suave como la oreja de un conejo, luego un tobillo gordo,
un flamear de caderas, rosas fucsia y perfume verde. El hombre tuvo que
tirar de ella mientras el taxista empujaba. Tirar, empujar. Tirar,
empujar. ¡Pumba!
De repente floreció. Gigante, enorme, daba gusto verla desde la pluma
rosa salmón de su sombrero hasta los capullos de rosa de sus pies. Yo
no podía dejar de mirar sus zapatitos.
Subió escaleras arriba, arriba, con el crío envuelto en una manta
azul, mientras el hombre cargaba las maletas, sus cajas de sombreros
color lavanda y una docena de cajas de zapatos de satén de tacón alto.
No volvimos a verla.
Unos dicen que es porque está demasiado gorda, otros que es por los
tres tramos de escalones, pero yo creo que no sale porque le da miedo
hablar inglés, y tal vez sea eso, porque solo sabe ocho palabras. Sabe
decir: He not here, cuando viene el casero; No speak English, cuando
viene cualquier otro, y Holy smokes. Eso no sé dónde lo habrá aprendido,
pero una vez se lo oí decir y me sorprendió.
Mi padre cuenta que cuando él llegó a este país comió huevos con
jamón durante tres meses. Para desayunar, para almorzar y para cenar.
Huevos con jamón. Era lo único que sabía pedir. Ahora nunca come huevos
con jamón.
Sea por lo que fuere, porque es gorda, porque no puede subir los
escalones o porque le da miedo hablar inglés, nunca baja. Se pasa el día
sentada junto a la ventana, oye los programas de radio en castellano y
canta todas esas canciones nostálgicas sobre su país con una voz que
parece de gaviota.
Hogar. Hogar. El hogar es una casa en una fotografía, una casa rosa,
rosa corno las malvalocas bajo una luz intensa. El hombre pinta de rosa
las paredes del piso, pero ya se sabe que no es lo mismo. Ella sigue
suspirando por su casa rosa y luego creo que llora. Yo lloraría.
A veces el hombre se enfada. Empieza a gritar y se le oye desde la otra punta de la calle.
Ay, ella dice, está triste.
Oh, dice él, otra vez no.
¿Cuándo, cuándo, cuándo?, pregunta ella.
¡Ay, caray! Estamos en casa. Esto es nuestro hogar. Aquí estoy y aquí me quedo. Habla inglés. Habla ingles. ¡Por Dios!
¡Ay! Mamacita, que no pertenece a este mundo, suelta de vez en cuando
un grito histérico, agudo, como si el hubiera roto el único bullo que
la mantenía viva, la única carretera que lleva a aquel país.
Y luego, para romperle el corazón para siempre, el crío (que ya ha
empezado hablar) se pone a cantar el anuncio de Pepsi que ha oído por la
tele.
No speak English, le dice ella al crío que canta en un idioma que
suena como la hojalata. No speak English, No speak English y le suben
burbujas a los ojos. No, no, no, como si no pudiera creer lo que está
oyendo.
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