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Abajo, en la tierra, todo era extraño. No tenían el hábito de los paseos nocturnos (la gente de campo nunca lo tiene), y a esta hora, las cercanías de la aldea les resultaban irreconocibles como un país extranjero. Pero eso, a su vez, sí les era habitual y conocido: los chinos tenemos distintos mundos superpuestos, a nuestra disposición, al alcance de la mano podría decirse, y lo más fantástico está bajo una imperceptible capa de luz, incluso nocturna, o de laca cotidiana.
—¿Y si se nos apareciera el dragón? —bromeó Hin.
—Si fuera real...
—Debería serlo, después de todo lo que se dijo esta noche.
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