Mireille se va a la Argentina - Por Julio Cortázar
En el museo de Albi hay uno de los cuadros más hermosos de Toulouse Lautrec, Le salon de la rue des Moulins, pintado en 1894 en el prostíbulo donde el artista pasaba largas temporadas. El primer plano muestra a una de las pupilas sentadas en un sofá rojo y mirando más allá del cuadro, el perfil un poco perdido en la distracción o la espera del próximo cliente, una pierna tendida y la otra replegada. El pelo rubio rojizo, el cuello poderoso, la masa del cuerpo adivinable bajo un vestido que más parece un camisión transparente, las medias de un verde casi negro, toda ella responde a los cánones del tiempo. El perfil es agudo, cortante. Esa mujer se llamaba Mireille y fue una de las buenas amigas de Toulese Lautrec.
Tan buena amiga que acaso despertó celos en el pequeño mundo cerrado del quilombo, donde en algún momento las otras pupilas empezaron a inventar pretextos cada vez que Lautrec buscaba a Mireille. Por eso, y para encontrarse a solas con ella, Lautrec decide pagarle a la madama para que Mireille pueda salir durante un día entero. Así se lo cuenta a un amigo, y agrega: "Estuvo ayer conmigo. Mira, ese ramo de violeta me lo trajo ella".
Nada hay en todo esto que se parezca demasiado al amor, pero Lautrec defiende su amistad con Mireille, una confianza más honda en ella que en las otras pupilas. Hasta el día en que todo acaba a un amigo en una carta: "Mireille se va a la Argentina. Unos comerciantes de carnes la han convencido de que allá hará fortuna. Traté de disuadirla, pero ella cree firmemente en todas esas falsas promesas. De todas las que parten en esas condiciones, ninguna vuelve. Al cabo de dos años están reventadas."
Esto, desde otras variantes múltiples, es lo que entonces se dio en llamar "el camino de Buenos Aires, y Lautrec lo resume con un seco trazo de lápiz. Mireille, claro, tomó un barco, y no volvió jamás. No more violets for Mr. Lautrec.
Mireille en la Argentina- Por Julio CortázarEn el museo de Albi hay uno de los cuadros más hermosos de Toulouse Lautrec, Le salon de la rue des Moulins, pintado en 1894 en el prostíbulo donde el artista pasaba largas temporadas. El primer plano muestra a una de las pupilas sentadas en un sofá rojo y mirando más allá del cuadro, el perfil un poco perdido en la distracción o la espera del próximo cliente, una pierna tendida y la otra replegada. El pelo rubio rojizo, el cuello poderoso, la masa del cuerpo adivinable bajo un vestido que más parece un camisión transparente, las medias de un verde casi negro, toda ella responde a los cánones del tiempo. El perfil es agudo, cortante. Esa mujer se llamaba Mireille y fue una de las buenas amigas de Toulese Lautrec.
Tan buena amiga que acaso despertó celos en el pequeño mundo cerrado del quilombo, donde en algún momento las otras pupilas empezaron a inventar pretextos cada vez que Lautrec buscaba a Mireille. Por eso, y para encontrarse a solas con ella, Lautrec decide pagarle a la madama para que Mireille pueda salir durante un día entero. Así se lo cuenta a un amigo, y agrega: "Estuvo ayer conmigo. Mira, ese ramo de violeta me lo trajo ella".
Nada hay en todo esto que se parezca demasiado al amor, pero Lautrec defiende su amistad con Mireille, una confianza más honda en ella que en las otras pupilas. Hasta el día en que todo acaba a un amigo en una carta: "Mireille se va a la Argentina. Unos comerciantes de carnes la han convencido de que allá hará fortuna. Traté de disuadirla, pero ella cree firmemente en todas esas falsas promesas. De todas las que parten en esas condiciones, ninguna vuelve. Al cabo de dos años están reventadas."
Esto, desde otras variantes múltiples, es lo que entonces se dio en llamar "el camino de Buenos Aires, y Lautrec lo resume con un seco trazo de lápiz. Mireille, claro, tomó un barco, y no volvió jamás. No more violets for Mr. Lautrec.
Lo de "comerciante en carnes" da que pensar porque se presta a una doble interpretación, pero mis amigos franceses me dicen que jamás Lautrec hubiera usado esa expresión si hubiera querido referirse a cafishos en tren de reclutar materia prima para la vida galante de los porteños. Pienso que realmente eran ricachos que habían venido a venderles el baby beef a los franceses, que se constituyeron como correspondía en Pigalle y sus aledaños, y después de decidir que Mireille estaba para lo que dijo Cejas (aunque jamás se sabra lo que dijo, pero da igual) se la trabajaron dentro de los términos sucinta pero elocuentemente apuntados por Lautrec en la carta a su amigo. Como tantas otras muchachas iniciadas o por iniciar, Mireille subió esperanzadamente al paquebote que la llevaría a El dorado del Plata; su historia del lado francés termina ese día, pero acaso se continúa de nuestro lado, y yo, que creo en la verdad de toda buena invención, estoy convencido de que años más tarde Mireille entraría en nuestra historia, por obra de un tal Manuel Romero. Estoy hablando de Tiempos viejos, y también de Tiempos viejos, un tango de Romero y Canaro; estoy hablando de una mujer que los muchachos de antes conocieron como la rubia Mireya.
¿Te acordás hermano? ¡Qué tiempos aquellos!
Eran otros hombres más hombres los nuestros
No se conocían cocó ni morfina,
los muchachos de antes no usaban gomina.
¿Te acordás hermano, la rubia Mireya
que quité en lo de Hansen al loco Cepeda?
Casi me suicidio una noche por ella
y hoy es una pobre mendiga harapienta.
¿Te acordás, hermano, lo linda que era?
Se formaba rueda pa' verla bailar...
Cuando por la calle la veo tan vieja
doy vuelta la cara y me pongo a llorar...
¿Te acordás hermano? ¡Qué tiempos aquellos!
Eran otros hombres más hombres los nuestros
No se conocían cocó ni morfina,
los muchachos de antes no usaban gomina.
¿Te acordás hermano, la rubia Mireya
que quité en lo de Hansen al loco Cepeda?
Casi me suicidio una noche por ella
y hoy es una pobre mendiga harapienta.
¿Te acordás, hermano, lo linda que era?
Se formaba rueda pa' verla bailar...
Cuando por la calle la veo tan vieja
doy vuelta la cara y me pongo a llorar...
y remato como el mejor con un tangazo, que tipo mas hermoso...
ResponderEliminarcasi olvido agradecerte che, si no fuera por vos, no conoceria este lado de julito.
ResponderEliminarmuchas muchas gracias juli :D
Jules
ResponderEliminarQué texto más evocador, eh.
Ahora que veo ese lienzo de Lautrec, con esos sofás rojo oscuro, haga de cuenta un aire de Le Moulin Rouge; el cual más de 100 años después, conserva ese mismo aire decadente, que tan bien retrataba Lautrec.
Hermoso texto, bello lienzo y un tangazo.
Abrazos
Mati:
ResponderEliminarDe nada. La idea es Compartir lo que una ama.
Mari:
¿Conoce el Moulin?
Sí, hermoso texto realmente, hace unos años tuve este libro en mis manos, y en estos días me recordé de él y lo busqué.
De Julio Sosa, uno de lo mejores cantantes de tango.
Abrazoss!