domingo, 31 de enero de 2010
Maria Callas, O Mio Babbino Caro
Mi piace e bello, bello
Vo'andare in Porta Rossa
A comperar l'anello
Si, si ci voglio andare
E se l'amassi indarno,
Andrei sul Ponte Vecchio
Ma per buttarmi in Arno
Mi struggo e mi tormento
O dio! vorrei morir!
Babbo! pieta, pieta!
Babbo! pieta, pieta!
sábado, 30 de enero de 2010
La canción y el poema: Idea Vilariño - Alfredo Zitarrosa
hoy que ya pasó la vida,
hoy que me río si pienso,
hoy que olvidé aquellos días,
no sé por qué me despierto
algunas noches vacías
oyendo una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.
Quisiera morir –ahora– de amor,
para que supieras
cómo y cuánto te quería,
quisiera morir, quisiera... de amor,
para que supieras...
Algunas noches de paz,
–si es que las hay todavía–
pasando como sin mí
por esas calles vacías,
entre la sombra acechante
y un triste olor de glicinas,
escucho una voz que canta
y que, tal vez, es la mía.
Quisiera morir –ahora– de amor,
para que supieras
cómo y cuánto te quería;
quisiera morir, quisiera... de amor,
para que supieras...
martes, 26 de enero de 2010
La possibilité d'une île
Ma vie ma vie ma très ancienne
Mon remier voeu mal refermé
Mon premer amour infirmé,
Il a fallu que tu reviennes.
II a fallu que je connaisse
Ce que la vie a de meilleur,
Quand deux corps jouent de leur bonheur
Et sans fin s'unissent et renaissent.
Entrée en dépendance entière.
Je sais le tremblement de l'être
L'hésitation à disparaître,
Le soleil qui frappe en lisière
Où tout est donné dans l'instant;
II existe au milleu du temps
La possibilité d'une île.
lunes, 25 de enero de 2010
El Atlas de Borges
domingo, 24 de enero de 2010
Torna a Surriento
che tesoro tene nfunno:
chi ha girato tutto 'o munno
nun l'ha visto comm'a ccà.
Guarda attuorno sti Sserene,
ca te guardano 'ncantate,
e te vonno tantu bene...
Te vulessero vasà.
E tu dice: "I' parto, addio!"
T'alluntane da stu core
Da sta terra de l'ammore
Tiene 'o core 'e nun turnà?
Ma nun me lassà,
Nun darme stu turmiento!
Torna a Surriento,
Famme campà!
viernes, 22 de enero de 2010
jueves, 21 de enero de 2010
Uqbar
Él había recordado:
miércoles, 20 de enero de 2010
Leo Delibes: Dôme Épais Le Jasmin - Lakmé
Viens, mallika, les lianes en fleurs
Jettent déjà leur ombre
Sur le ruisseau sacré qui coule,
Calme et sombre,
Eveillé par le chant des oiseaux tapageurs!
Mallika
Oh! maîtresse,
C'est l'heure ou je te vois sourire,
L'heure bénie où je puis lire
Dans le coeur toujours fermé de lakmé!
Lakme
Dôme épais le jasmin,
A la rose s'assemble,
Rive en fleurs frais matin,
Nous appellent ensemble.
Ah! glissons en suivantle courant fuyant:
Dans l'on de frémissante,
D'une main nonchalante,
Gagnons le bord,
Où l'oiseau chante,
L'oiseau, l'oiseau chante.
Dôme épais, blanc jasmin,
Nous appellent ensemble!
Mallika
Sous le dôme épais, où le blanc jasmin
A la rose s'assemble,
Sur la rive en fleurs riant au matin,
Viens, descendons ensemble.
Doucement glissons
De son flot charmant
Suivons le courant fuyant:
Dans l'onde frémissante,
D'une main nonchalante,
Viens, gagnons le bord,
Où la source dort
Et l'oiseau, l'oiseau chante.
Sous le dôme épais,
Sous le blanc jasmin,
Ah! descendons ensemble!
Lakme
Mais, je ne sais quelle crainte subite,
S'empare de moi,
Quand mon père va seul
À leur ville maudite;
Je tremble, je tremble d'effroi!
Mallika
Pourquoi le dieu ganeça le protège,
Jusqu'à l'étang où s'ébattent joyeux
Les cygnes aux ailes de neige,
Allons cueillir les lotus bleus.
Lakme
Oui, près des cygnes
Aux ailles de neige,
Allons cueillir les lotus bleus.
martes, 19 de enero de 2010
Música para camaleones - Truman Capote
Tres camaleones verdes echan carreras a través de la terraza; uno se detiene a los pies de madame chasqueando su ahorquillada lengua, y ella comenta:
—Camaleones. ¡Qué excepcionales criaturas! La manera en que cambian de color. Rojo. Amarillo. Lima. Rosa. Espliego. ¿Y sabía usted que les gusta mucho la música? —me contempla con sus bellos ojos negros—. ¿No me cree?
A lo largo de la tarde me ha contado muchas cosas curiosas. Que, por las noches, su jardín se llena de enormes mariposas nocturnas. Que su chofer, un digno personaje que me ha conducido a su casa en un Mercedes verde oscura, había envenenado a su mujer y luego se había fugado de la Isla del Diablo. Y me ha descrito un pueblo en lo alto de las montañas del norte que esta enteramente habitado por albinos: individuos menudos, de ojos rosados, blancos como la tiza. De vez en cuando se ven algunos por las calles de Fort de France.
—Si, claro que la creo.
Ladea su cabeza plateada.
—No, no me cree. Pero se lo demostrare.
Diciendo esto, entra resueltamente en su fresco salón caribeño, una estancia umbría con ventiladores que giran suavemente en el techo, y se coloca ante un piano bien afinado. Yo sigo sentado en la terraza, pero puedo observarla: una mujer elegante, ya mayor, producto de sangres diversas. Empieza a tocar una sonata de Mozart.
Finalmente, los camaleones se amontonan: una docena, otra más, verdes la mayoría, algunos escarlata, espliego. Se deslizan por la terraza y entran correteando en el salón: un auditorio sensible, absorto en la música que suena. Y que entonces deja de sonar, pues mi anfitriona se yergue de pronto, golpeando el suelo con el pie, y los camaleones sales disparados coma chispas de una estrella en explosión.
Ahora me mira.
—Et maintenant? C'est vrai?
—En efecto. Pero resulta muy extraño.
Sonríe.
—Alors. Toda la isla flota en lo extraño. Esta misma casa esta encantada. La habitan muchos fantasmas. Y no en la oscuridad. Algunos aparecen en pleno día, con toda la insolencia que pueda imaginarse. Impertinentes.
—Eso también es corriente en Haití. Allá, los fantasmas se pasean a la luz del día. Una vez vi una horda de fantasmas que trabajaban en el campo, cerca de Petionville. Quitaban insectos de las plantar de café.
Ella lo acepta como un hecho, y continúa:
—Oui. Oui. Los haitianos dan empleo a sus muertos. Son famosos por eso. Nosotros los abandonamos a sus penas. Y a sus alegrías. Tan vulgares, los haitianos. Tan criollos. Y uno no puede bañarse allí, los tiburones son muy imponentes. Y los mosquitos: ¡qué tamaño, que audacia! Aquí, en la Martinica, no tenemos mosquitos. Ni uno.
—Lo he notado; me ha sorprendido.
—Y a nosotros. La Martinica es la única isla del Caribe que no esta atormentada por los mosquitos, y nadie puede explicárselo.
—Quizá se los traguen todas las mariposas nocturnas.
Se ríe.
—O los fantasmas.
—No. Creo que los fantasmas preferirían las mariposas.
—Si, las mariposas nocturnas quizá sean más alimento fantasmal. Si yo fuera un fantasma hambriento, preferiría comer cualquier cosa antes que mosquitos. ¿Quiere usted mas hielo en su vaso? ¿Ajenjo?
—Ajenjo. Es algo que no podemos conseguir en mi país. Ni siquiera en Nueva Orleáns.
—Mi abuela paterna era de Nueva Orleáns.
—La mía también.
Mientras escancia ajenjo de una destellante botella esmeralda, sugiere:
—Entonces, quizá seamos parientes. Su nombre de soltera era Dufont. Alouette Dufont.
—¿Alouette? ¿De veras? Muy bonito. Conozco a dos familias Dufont en Nueva Orleáns, pero no estoy emparentado con ninguna de ellas.
—Lastima. Hubiera sido divertido llamarle primo. Alors. Claudine Paulot me ha dicho que esta es su primera visita a la Martinica.
—¿Claudine Paulot?
—Claudine y Jacques Paulot. Los conoció la otra noche, en la cena del gobernador.
Me acuerdo: el era un hombre alto y guapo, el primer presidente del Tribunal de Apelación de la Martinica y la Guyana francesa, que comprende la Isla del Diablo.
—Los Paulot. Si. Tienen ocho hijos. El es muy partidario de la pena de muerte.
—¿Como es que siendo viajero, según parece, no la ha visitado antes?
—¿.La Martinica? Bueno, sentía cierta desgana. Aquí asesinaron a un buen amigo mío.
Los hermosos ojos de madame son una pizca menos amables que antes. Hace una lenta declaración:
—El asesinato es un caso raro por acá. No somos gente violenta. Serios, pero no violentos.
—Serios. Sí. En los restaurantes, en las calles, incluso en las playas, la gente tiene unas expresiones bastante severas. Parecen muy preocupados. Como los rusos.
—No debe olvidarse que aquí la esclavitud no terminó hasta 1848.
No puedo establecer la relación, pero no pregunto, pues ya esta explicando:
—Además, Martinica es trés cher. Una pastilla de jabón comprada en París por cinco francos, aquí cuesta el doble. Todo cuesta el doble de lo debido, porque todo es de importación. Si esos revoltosos consiguieran lo que quieren, y Martinica se hiciera independiente de Francia, sería el fin. Martinica no podría existir sin subvención de Francia. Sencillamente, pereceríamos. Alors, algunos de nosotros tienen expresiones serias. Pero, hablando en términos generales, ¿encuentra usted atractivos a los habitantes?
—A las mujeres. He visto a algunas sorprendentemente hermosas. Cimbreantes, suaves, de posturas magníficas, arrogantes; con una estructura ósea tan fina como la de los gatos. Además, poseen cierta fascinante agresividad.
—Eso es de la sangre senegalesa. Aquí tenemos muchos senegaleses. Pero a los hombres, ¿no les encuentra usted tan atractivos?
—No.
—Estoy de acuerdo. Los hombres no son atractivos. Comparados con nuestras mujeres, resultan improcedentes, sin carácter: vin ordinaire. Martinica, comprende usted, es una sociedad matriarcal. Cuando ese es el caso, como en la India, por ejemplo, entonces los hombres nunca llegan a mucho. Veo que está mirando a mi espejo negro.
Lo estoy mirando. Mis ojos lo consultan aturdidos: quedan fijos en el contra mi voluntad, como a veces lo están por los absurdos destellos de un aparato de televisión mal ajustado. Tiene esa clase de frívolo poder. Por consiguiente, lo describiré con todos sus pormenores; a la manera de esos novelistas franceses de avant-garde, quienes al prescindir de la narración, del personaje y de la estructura, se limitan a párrafos de una página de extensión donde detallan los contornos de un solo objeto, el mecanismo de un movimiento aislado: un tabique, una blanca pared con una mosca vagando a su través. Así: el objeto de la sala de visitas de madame es un espejo negro. Tiene siete pulgadas de alto y seis de ancho. Esta enmarcado en una caja de gastado cuero negro en forma de libro. De hecho, la caja yace abierta encima de una mesa, igual que si fuera una edición de lujo puesta para cogerla y hojearla, pero en ella no hay nada que leer ni que ver, salvo el misterio de la misma imagen de uno proyectada por la superficie del espejo negro antes de alejarse hacia sus profundidades sin fin, hacia sus corredores de oscuridad.
—Perteneció a Gauguin —explica ella—. Ya sabe usted, por supuesto, que vivió y pinto aquí antes de establecerse entre los polinesios. Este era su espejo negro. Eran artefactos bastante comunes entre artistas del siglo pasado. Van Gogh uso uno. Igual que Renoir.
—No logro entenderlo. ¿Para que los usaban?
—Para refrescar su visión. Para renovar su reacción al color, las variaciones tonales. Tras una sesión de trabajo, con los ojos fatigados, descansaban mirando al interior de esos espejos oscuros. Igual que en un banquete los gourmets vuelven a despertarse el paladar entre platos complicados, con un sombat de citron —levanta de la mesa el pequeño volumen que contiene el espejo y me lo tiende—. Lo use a menudo, cuando tengo los ojos debilitados por tomar demasiado sol. Es sedante.
Sedante, y también inquietante. La oscuridad, a medida que uno mira dentro de ella, deja de ser negra, pero se convierte en un extraño azul plateado: el umbral de visiones secretas. Como Alicia, me siento al comienzo de un viaje a través de un espejo, recorrido que vacilo en emprender.
A lo lejos oigo su voz, recelosa, serena, cultivada:
—¿Así que tenía usted un amigo al que asesinaron aquí?
—Sí.
—¿Un americano?
—Sí. Era un hombre de mucho talento. Músico. Compositor.
—¡Ah! Ya me acuerdo. ¡El hombre que escribía operas! Judío. Llevaba bigote.
—Se llamaba Marc Blitzstein.
—Pero eso fue hace mucho tiempo. Quince años, por lo menos. O más. Entiendo que se aloja usted en el hotel nuevo. La Bataille. ¿Cómo lo encuentra?
—Muy agradable. Con un poco de alboroto, porque están abriendo un casino. El encargado del casino se llama Shelley Keats. Al principio creí que era una broma, pero resulta que es su nombre auténtico.
—Marcel Proust trabaja en Le Foulard, ese pequeño y excelente restaurante marisquero de Schoelcher, el pueblo de pescadores. Marcel es camarero. ¿Le han decepcionado nuestros restaurantes?
—Sí y no. Son mejores que en cualquier otra parte del Caribe, pero demasiado caros.
—Alors. Como he observado, todo es de importación. Ni siquiera cultivamos nuestras propias verduras. Los nativos son demasiado desganados —un colibrí penetra en la terraza y con la mayor naturalidad del mundo, se queda suspendido en el aire—. Pero nuestros mariscos son extraordinarios.
—Si y no. Jamás he visto unas langostas tan enormes. Absolutas ballenas; criaturas prehistóricas. Pedí una, pero era tan insípida como el yeso, y tan dura de masticar que se me cayó un empaste. Es como la fruta de California: esplendida a la vista, pero sin gusto.
Sonríe, no de contento:
—Pues le pido disculpas —y yo lamento mi crítica, y me doy cuenta de que no me estoy comportando con mucha gracia.
—La semana pasada comí en su hotel. En la terraza que da a la piscina. Me quede sorprendida.
—¿Por qué?
—Por las bañistas. Las damas extranjeras reunidas en torno a la piscina sin llevar nada por arriba y muy poco por abajo. ¿Esta permitido eso en su país? ¿Mujeres que se exhiban prácticamente desnudas?
—¡No en un lugar tan público como la piscina de un hotel.
—Exactamente. Y no creo que deba tolerarse aquí. Pero, claro, no podemos permitirnos que se incomode a los turistas. ¿Se ha aburrido usted con alguna de nuestras atracciones turísticas?
—Ayer fuimos a ver la casa donde nació la emperatriz Josefina.
—Nunca aconsejo a nadie que vaya a visitarla. Ese viejo, el conservador, ¡que charlatán! Y no se cual es peor, si su francés, su inglés o su alemán. ¡Que pelmazo! Como si el viaje hasta allá no fuera lo bastante fatigoso.
Se va nuestro colibrí. Muy a lo lejos oímos bandas de percusión, panderetas, coros de borrachos (Ce soir, ce soir nous danserons sans chemise, sans pan talons: Esta noche, esta noche bailaremos sin camisa, sin pantalones), sonidos que nos recuerdan que es la semana de Carnaval en Martinica.
—Normalmente —proclama— me voy de la isla durante el Carnaval. Se pone imposible. El griterío, el hedor.
Al planear esta experiencia martiniqueña, que incluía viajar con tres compañeros, no sabía yo que nuestra visita coincidiría con el Carnaval; como nativo de Nueva Orleáns, estaba harto de tales cosas. No obstante, la variante martiniqueña demostró ser sorprendentemente vital, espontánea y vivida como la explosión de una bomba en una fabrica de fuegos artificiales.
—Mis amigos y yo lo estamos disfrutando. Anoche desfiló un grupo maravilloso: cincuenta hombres llevando paraguas negros y sombreros de copa, con los huesos del esqueleto pintados en el torso con pintura fosforescente. Adoro a esas viejas damas con pelucas de lentejuelas doradas y adornos de metal brillante pegados por toda la cara. ¡Y todos esos hombres que llevan los blancos vestidos de novia de sus mujeres! Y los millones de niños llevando cirios, refulgentes como luciérnagas. En realidad, casi nos ocurrió una desgracia. Tomamos prestado un coche del hotel, y justo cuando llegamos a Fort de France, avanzando lentamente por en medio de la multitud, se nos reventó una rueda e inmediatamente quedamos rodeados de rojos diablos con tridentes...
Madame se divierte:
—Oui. Oui. Los muchachitos que se visten como demonios colorados. Eso viene de siglos atrás.
—Si, pero se pusieron a bailar encima del coche. Causando enormes destrozos. El techo era una absoluta plataforma de samba. Pero no podíamos abandonarlo, por miedo de que lo destruyeran por completo. De modo que el más caluroso de mis amigos, Bob McBride, se presto a cambiar la rueda allí mismo. El problema era que llevaba un traje nuevo de hilo, blanco, y no quería echarlo a perder.
—En consecuencia, se desvistió. Muy sensato.
—Al menos fue divertido. Ver a McBride, que es un tipo muy formal, en calzoncillos y tratando de cambiar una rueda con la locura del Mardi Gras haciendo remolinos a su alrededor, mientras diablos rojos lo aguijaban con tridentes. Tridentes de papel, por fortuna.
—Pero mister McBride tuvo éxito.
—Si no lo hubiese tenido, dudo que yo estuviera aquí, abusando de su hospitalidad.
—No habría pasado nada. No somos gente violenta.
—Por favor. No estoy sugiriendo que corriéramos peligro alguno. Solo era..., bueno parte de la diversión.
—¿Ajenjo? Un peu?
—Una pizca. Gracias.
Vuelve el colibrí.
—¿Y su amigo, el compositor?
—Marc Blitzstein.
—He estado pensando. Vino a cenar a casa, una vez. Lo trajo madame Derain. Y aquella noche estaba aquí lord Snowdon. Con su tío, el inglés que construyó todas esas casas en Mustique.
—Oliver Messel.
—Oui. Oui. Era cuando aun vivía mi marido. Mi marido tenía buen oído para la música. Le pidió a su amigo de usted que tocara el piano. Tocó varias canciones alemanas —ahora se ha puesto de pie, y me doy cuenta de lo exquisita que es su figura, lo etérea que parece, perfilada en el verde delicado de su vestido parisiense—. Me acuerdo de eso, pero no puedo recordar como murió. ¿Quién lo mató?
Durante todo el rato, el espejo negro ha reposado en mi regazo, y una vez más mis ojos buscan sus profundidades. Es extraño adónde nos llevan nuestras pasiones, persiguiéndonos como un azote, obligándonos a aceptar sueños indeseables, destinos inoportunos.
—Dos marineros.
—¿De aquí? ¿De Martinica?
—No. Dos marineros portugueses con permiso de un barco que estaba en el puerto. Se los encontró en un bar. El estaba aquí trabajando en una Ópera, y alquiló una casa. Se los llevó a casa con él...
—Ya me acuerdo. Le robaron y lo mataron a golpes. Fue horroroso. Una tragedia impresionante.
—Un trágico accidente.
El espejo negro se burla de mí. ¿Por que has dicho eso? No fue un accidente.
—Pero nuestra policía cogió a esos marineros. Los juzgaron y condenaron y los mandaron a prisión, a la Guyana. Me pregunto si aún siguen ahí. Le preguntaré a Paulot. El lo sabrá. Después de todo, es el primer presidente del Tribunal de Apelación.
—En realidad, no importa.
—¡Que no importa! Deberían haber guillotinado a esos miserables.
—No. Pero no me disgustaría verlos trabajar en los campos de Haití, quitando insectos de las plantas de café.
Al levantar los ojos del demoníaco brillo del espejo, noto que mi anfitriona se ha retirado momentáneamente de la terraza y ha entrado en su salón umbrío. Resuena un acorde de piano, y otro. Madame esta jugando con el mismo son. En seguida se reúnen los amantes de la música, camaleones escarlatas, verdes, espliego, un auditorio que, alineado en el suelo de terracota de la terraza, se asemeja a una extraña adaptación escrita de notas musicales. Un mosaico mozartiano.
domingo, 17 de enero de 2010
Lo atroz...
Lo atroz es no querer saber quién eres,
agua pasada, tierra quemada,
que de igual esperarte o que me esperes,
que no seas tú entre todas las mujeres,
que la cuenta esté saldada.
Descubrimiento: Armonía Somers
"Yo creo que un relato es siempre parte o continuación de los demás que hemos hecho, vivido, soñado u oído como bellas mentiras, y por eso suelo superponer algún trazo coloquial o algún nombre afín de no romper la unidad invisible de todo lo narrado..."
Antibiografía. Armonía Somers es seudónimo literario de la maestra uruguaya Armonía Liropeya Etchepare Locino. Esa hija de anarquista y de católica no sólo armonizó en impar sincretismo los credos de sus padres, sino que además concilió dos vocaciones de apariencia encontrada.
La señorita Etchepare fue una pedagoga de renombre que ascendió en el escalafón escolar y frecuentó foros internacionales en Londres, París, Ginebra, mientras que el “contenido sexual” y la libertad literaria de la obra de Somers trastornaban la apacible medianía montevideana. Aunque no le haya deparado consecuencias burocráticas –siguió ejerciendo en paz sus cargos–, la divulgación de su verdadero nombre dañó un tanto el escudo de anonimato que tan bien convenía a su carácter, remiso al principio de identidad:
“No quisiera tener ni siquiera cuerpo ubicuo. Y menos aún biografía lineal. Creo que con el destino alcanza. La suma de biografía más destino es un abuso de los memorialistas. Generalmente se lo hacen a uno después de muerto”
Novelas
* La mujer desnuda. Montevideo 1950
* De miedo en miedo. Montevideo 1965
* Un retrato para Dickens. Montevideo 1969
* Sólo los elefantes encuentran mandrágora. Buenos Aires 1986
Cuentos y novelas cortas
* El derrumbamiento. Montevideo 1953
* La calle del viento Norte y otros cuentos. Montevideo 1963
* Todos los cuentos, 1953-1967. Montevideo 1967 (2 tomos)
* Muerte por alacrán. Buenos Aires 1978
* Tríptico darwiniano. Montevideo 1982
* Viaje al corazón del día. Montevideo 1986
* La rebelión de la flor. Montevideo 1988
* El hacedor de girasoles. Montevideo 1994.
La mujer desnuda. Montevideo 1950
Rebeca Linke es una especie de nombre ancla a partir del cual la novela va sumergiéndose en el complejo universo de una mujer fatal pero vulnerable, sublime pero mundana y, sobre todo, plagada de seudónimos: Judith, Semíramis, Magdala y casi todos los nombres sin reverso porque “las hembras no deben llevar nombres que volviéndoles una letra sean de varón”. Ella, siguiendo con el curso onomástico, recorre un itinerario universal que empieza en Eva y termina, un poco, en Ofelia. Apenas cumple los treinta años, obsesionada por la idea de la nada “que siempre es algo”, lleva a cabo una idea fantástica, irrealizable –cortarse su propia cabeza– que dará como resultado una consecuencia real, verosímil pero incluso aún más perturbadora: pasearse desnuda en un bosque sin nombre. Al verla, cada uno de sus habitantes –entre los cuales se encuentran un par de gemelos tan perversos como imbéciles y un sacerdote arrepentido de haber postergado su verdadera vocación–, irán enfrentándose con sus propios límites, con su propia cárcel.
Un resplandor llamado Armonía
sábado, 16 de enero de 2010
viernes, 15 de enero de 2010
miércoles, 13 de enero de 2010
Amor al mar. Las caracolas de Neruda.
Cuando salí a los mares fui infinito
Ir a la portada
Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad,
y el agua que trae el mar, de sal y sueño.
La vida en ti palpó piedras nocturnas,
retrocedió cuando llegó a la herida,
avanzó con escudos y diademas,
extendió dentaduras transparentes,
acumuló la guerra en su barriga.
Lo que formó la oscuridad quebrada
por la substancia fría del relámpago,
Océano, en tu vida está viviendo.
Hay que conocer ciertas piedras
llenas de rayos y secretos
Se derramó el cristal
inesperado
y crecieron
y se multiplicaron
los numerosos
verdes
Ser y no ser aquí se amalgamaron
en radiantes y hambrientas estructuras:
arde la vida y sale
a pasear un relámpago la muerte.
Yo sólo soy testigo
de la electricidad y la hermosura
que llenan el sosiego devorante.
las redondescas caracolas?
O son olas petrificadas
o juego inmóvil de la espuma?
El esplendor de estos libros, la gloria oceánica de estas caracolas, cuanto conseguí a lo largo de la vida, a pesar de la pobreza y en el ejercicio constante del trabajo, lo entrego a la Universidad, es decir, la doy a todos.
Fragmento del discurso de Pablo Neruda al donar su biblioteca y colección malacológica a la Universidad de Chile.http://cvc.cervantes.es/literatura/caracolas_neruda/default.htm
Amar el mar es como amar a una mujer.
Es tan bello y peligroso como cualquiera de ellas.
[Jacques Cousteau]
Michéle Petit: Lecturas
más
Una canción española dice que cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana. ¿Es el mismo caso para las bibliotecas? ¿Cuál es la relación entre pobreza y servicios bibliotecarios?
La pobreza es algo terrible porque priva de bienes materiales que hacen la vida más fácil, menos dura, incluso más divertida y, a la vez, priva también de medios para preservar una intimidad. Incluso podríamos decir que éste sería un indicador todavía mejor que el de la renta: cuanto más pobre se es de menos intimidad se dispone. Cuando se es muy pobre se está sobre la acera expuesto a las miradas de todo el mundo, cuando se es menos pobre se vive con otras nueve personas en una misma habitación. Cuanto más se sube en la escala social más se dispone de un espacio íntimo.
La pobreza también priva del acceso a los bienes culturales y a todo lo que eso puede representar, como los intercambios que se tejen alrededor de esos bienes. Un bien cultural no sólo es algo que puede hacer bien a cada uno de diferentes maneras, tanto en el ámbito del saber como en el de la construcción de sí, sino que es también un objeto en torno al cual permite intercambiar. La pobreza priva de todo esto y seguro que también de otras cosas que en este momento olvido. La pobreza expulsa al amor por la ventana y también a todo lo que acabo de referirme.
Una biblioteca pública puede en parte, sólo en parte, y en algunos contextos pues en otros quizá sea imposible, reparar un poco todo esto. No sólo es mi esperanza sino lo que ha mostrado la investigación que llevamos entre los jóvenes usuarios de bibliotecas de barrios desfavorecidos de algunas ciudades francesas.
La biblioteca puede permitir acceder, a algunos, a un poco más de lo que yo considero como derechos culturales. Pienso que cada uno de nosotros tiene derecho a acceder a bienes culturales. No es un lujo ni una coquetería de burgueses, sino algo que confiere una dignidad, un sentido en la vida y a la que todo el mundo puede ser sensible. Las personas de medios sociales muy modestos tienen con frecuencia un inmenso deseo de saber más, de aprender más. La biblioteca puede contribuir un poco a reparar el hecho de la pobreza y a permitir, también un poco, el acceso a los derechos culturales.
más
La autobiografía lectora de Michèle Petit
Artículo
martes, 12 de enero de 2010
Chavez
"Bolívar lo decía: si no nos llamamos al orden y a la unión, un nuevo coloniaje legaremos a la posteridad..."
lunes, 11 de enero de 2010
POEMA CONJETURAL
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
Jorge Luis Borges, 1943
Poema en audio: Poema conjetural de Jorge Luis Borges por Jorge Luis Borges
Inspiración...Mediterráneo de Joan Manuel
Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa,
y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya,
y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.
Yo, que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.
A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.
A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino...
Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
Tengo alma de marinero...
¿Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo?
Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea
te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea
que se añora y que se quiere
que se conoce y se teme.
Ay... si un día para mi mal
viene a buscarme la parca.
Empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.
Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo...
En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista...
Cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo...
viernes, 8 de enero de 2010
Movimiento Brownoideo
Maga, vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección, y todo eso va tejiendo un dibujo, una figura, algo inexistente como vos y como yo, como los dos puntos perdidos en París que van de aquí para allá, de allá para aquí, haciendo su dibujo, danzando para nadie, ni siquiera para ellos mismos, una interminable figura sin sentido.
Cap. 34 - Rayuela
jueves, 7 de enero de 2010
Manifiesto (hablo por mi diferencia )
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como el barco del General Ibañez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeandonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Super-buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrilazo de la CNI
lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseño la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y esa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subersivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
Pedro Lemebel
[Este texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en Septiembre de 1986, en Santiago de Chile.]