martes, 27 de abril de 2010

La Villa: César Aira


Más allá de Directorio empezaba el barrio de las casitas municipales, vacío y oscuro, con sus calles en arco entremezcladas. Ahí había mucho menos que buscar, pero no les importaba. Volvían a apurarse, esta vez por llegar cuanto antes, tomaban las callecitas que los acercaran antes a Bonorino, por donde desembocaban en la villa. Pero estaban cansados, y cargados, los niños tropezaban de sueño, el carrito zigzagueaba, la marcha tomaba el aire de un éxodo de guerra.


viernes, 23 de abril de 2010

Martha Argerich, L’enfant et les sortilèges

Se puede tener una experiencia mística en un templo budista, en una catedral, o con las manos de una mujer que se deslizan sobre un piano...




–Usted describe a Martha Argerich con una doble magnitud: la de una mujer que preservó su infancia y dentro de la cual hay un adulto complejo.


–Martha Argerich supo conservar las cualidades de la infancia, eso que todos buscamos preservar, pero que no llegamos a hacerlo porque la vida es muy difícil en muchos aspectos. Entonces nos comportamos como adultos. Pero Martha Argerich preservó la frescura de la infancia, que es indispensable para su arte. Todos los artistas guardaron una parte de la infancia, pero Argerich fue más lejos que los demás. Argerich tuvo una conciencia de adulto muy temprana. En cuanto empezó a aprender el piano a la edad de tres años, ya tenía una exigencia interior muy, muy grande. Es una paradoja fundamental en su personalidad que vamos a encontrar a lo largo de su vida. Argerich es alguien profundo, inteligente, pero no es razonable. Huye de la realidad. Ella es consciente de eso. Argerich vive de noche, trabaja de noche, se escapa del día porque el día es el momento donde todo el mundo trabaja, donde hay que ser eficaz. Todas esas cosas le son extranjeras. En cambio, de noche está en su centro íntimo.


–Sin embargo, ese aspecto bohemio no le quita nada a la dimensión de su arte. Al contrario, la engrandeció.


–Desde luego, pero el punto de partida es una exigencia muy grande. Ella no busca la eficacia. Lo que busca es alcanzar una suerte de perfección. No se trata de una perfección técnica u objetiva, sino de una perfección íntima. Por esa razón no toca todas las sonatas o todos los conciertos de Beethoven. Sólo toca las obras que siente profundamente. Todos los artistas tienen ese principio, pero muy pocos lo aplican. Martha Argerich supo preservar esa liberad que consiste en tocar sólo las obras que siente en profundidad. A veces la atacaban diciendo que había hecho su carrera con cuatro conciertos: el de Schumann, el concierto en sol de Ravel, los dos primeros conciertos de Beethoven. Pero ella siente que puede ejecutarlos mejor porque es como si hubiese sido ella quien los compuso. Hay otras obras que no siente con tanta profundidad y por ello no las toca. Y también hay otras piezas, como el cuarto concierto de Bethoven frente a las que se siente tan cerca, que le llegan tan hondamente, que no osa abordarlas. Es como cuando estamos enamorados de alguien y no nos animamos a hablarle. Tocar un concierto así en público sería para ella como profanar algo sagrado. Eso es algo difícil de comprender en el mundo de hoy. Pero Martha Argerich supo proteger esa dimensión, esa libertad casi de gitano.


Nota Completa



jueves, 22 de abril de 2010

martes, 20 de abril de 2010

sábado, 17 de abril de 2010

lunes, 12 de abril de 2010

Haroldo y su barco


Entre los ribereños se dice que un bote no puede navegar sin nombre, que necesita de ese ritual de bautismo. Recordamos el nombre que Haroldo Conti le puso a su barco mientras lo estaba haciendo.... "Alejandra". Más tarde, fue el nombre de su hija.


domingo, 4 de abril de 2010

jueves, 1 de abril de 2010

Zama: Antonio Di Benedetto


Año 1790

Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría.
Llegué hasta el muelle viejo, esa construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron donde están, un cuarto de legua arriba.
Entreverada entre sus palos, se manea la porción de agua del río que entre ellos recae.
Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.
Ahí estábamos, por irnos y no.