martes, 29 de septiembre de 2009

El Dragón: Ray Bradbury


La noche soplaba en el pasto escaso del páramo. No había ningún otro movimiento. Desde hacía años, en el casco del cielo, inmenso y tenebroso, no volaba ningún pájaro. Tiempo atrás, se habían desmoronado algunos pedruscos convirtiéndose en polvo. Ahora, sólo la noche temblaba en el alma de los dos hombres, encorvados en el desierto, junto a la hoguera solitaria; la oscuridad les latía calladamente en las venas, les golpeaba silenciosamente en las muñecas y en las sienes.

Las luces del fuego subían y bajaban por los rostros despavoridos y se volcaban en los ojos como jirones anaranjados. Cada uno de los hombres espiaba la respiración débil y fría y los parpadeos de lagarto del otro. Al fin, uno de ellos atizó el fuego con la espada.

-¡No, idiota, nos delatarás!

-¡Qué importa! -dijo el otro hombre-. El dragón puede olernos a kilómetros de distancia. Dios, hace frío. Quisiera estar en el castillo.

-Es la muerte, no el sueño, lo que buscamos . . .

-¿Por qué? ¿Por qué? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!

-¡Cállate, tonto! Devora a los hombres que viajan solos desde nuestro pueblo al pueblo vecino.

-¡Que se los devore y que nos deje llegar a casa!

-¡Espera, escucha!

Los dos hombres se quedaron quietos.

Aguardaron largo tiempo, pero sólo sintieron el temblor nervioso de la piel de los caballos, como tamboriles de terciopelo negro que repicaban en las argollas de plata de los estribos, suavemente, suavemente.

-Ah . . . -El segundo hombre suspiró-. Qué tierra de pesadillas. Todo sucede aquí. Alguien apaga el sol; es de noche. Y entonces, y entonces, ¡oh, Dios, escucha! Este dragón dicen que tiene ojos de fuego, y un aliento de gas blanquecino; se lo ve arder a través de los páramos oscuros. Corre echando rayos y azufre, quemando el pasto. Las ovejas, aterradas, enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas monstruosas. La furia del dragón es tan inmensa que los muros de las torres se conmueven y vuelven al polvo. Las víctimas, a la salida del sol, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los cerros. ¿Cuántos caballeros, pregunto yo, habrán perseguido a este monstruo y habrán fracasado, como fracasaremos también nosotros?

-¡Suficiente te digo!

-¡Más que suficiente! Aquí, en esta desolación, ni siquiera sé en qué año estamos.

-Novecientos años después de Navidad.

-No, no -murmuró el segundo hombre con los ojos cerrados-. En este páramo no hay Tiempo, hay sólo Eternidad. Pienso a veces que si volviéramos atrás, el pueblo habría desaparecido, la gente no habría nacido todavía, las cosas estarían cambiadas, los castillos no tallados aún en las rocas, los maderos no cortados aún en los bosques; no preguntes cómo sé; el páramo sabe y me lo dice. Y aquí estamos los dos, solos, en la comarca del dragón de fuego. ¡Qué Dios nos ampare!

-¡Si tienes miedo, ponte tu armadura!

-¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a dónde va. Ay, vistamos nuestra armadura, moriremos ataviados.

Enfundado a medias en el corselete de plata, el segundo hombre se detuvo y volvió la cabeza.

En el extremo de la oscura campiña, henchido de noche y de nada, en el corazón mismo del páramo, sopló una ráfaga arrastrando ese polvo de los relojes que usaban polvo para contar el tiempo. En el corazón del viento nuevo había soles negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol otoñal, más allá del horizonte. Era un viento que fundía paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y espesaba la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El viento era mil almas moribundas, siempre confusas y en tránsito, una bruma en una niebla de la oscuridad; y el sitio no era sitio para el hombre y no había año ni hora, sino sólo dos hombres en un vacío sin rostro de heladas súbitas, tempestades y truenos blancos que se movían por detrás de un cristal verde: el inmenso ventanal descendente, el relámpago. Una ráfaga de lluvia anegó la hierba; todo se desvaneció y no hubo más que un susurro sin aliento y los dos hombres que aguardaban a solas con su propio ardor, en un tiempo frío.

-Mira . . . -murmuró el primer hombre-. Oh, mira, allá . . .

A kilómetros de distancia, precipitándose, un cántico y un rugido, el dragón.

Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos, en silencio. Un monstruoso ronquido quebró la medianoche desierta, y el dragón, rugiendo, se acercó, y se acercó todavía más. La deslumbrante mirada amarilla apareció de pronto en lo alto de un cerro, y en seguida, desplegando un cuerpo oscuro, lejano, impreciso, pasó por encima del cerro y se hundió en un valle.

-¡Pronto!

Espolearon las cabalgaduras hasta un claro.

-¡Por aquí pasa!

Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron sobre los ojos de los caballeros.

-¡Señor!

-Sí, invoquemos su nombre.

En ese instante, el dragón rodeó un cerro. El monstruoso ojo ambarino se clavó en los hombres, iluminando las armaduras con destellos y resplandores bermejos. Hubo un terrible alarido quejumbroso, y un ímpetu demoledor, y la bestia prosiguió su carrera.

-¡Dios misericordioso!

La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado, y el hombre voló por el aire. El dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó, y el hombro negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo, gimiendo siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo enceguecedor.

-¿Viste? -gritó una voz-. ¿No te lo había dicho?

-¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!

-¿Vas a detenerte?

-Me detuve una vez; no encontré nada. No me gusta detenerme en este páramo. Me pone la carne de gallina. No sé qué siento.

-Pero atropellamos algo.

-El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió.

Una ráfaga de humo dividió la niebla.

-Llegaremos a Stokely a horario. Más carbón, ¿eh, Fred?

Un nuevo silbido, que desprendió el rocío del cielo desierto. El tren nocturno, de fuego y furia, entró en un barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el Norte, desapareciendo para siempre y dejando un humo negro y un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire quieto.


Del libro "Remedio para melancólicos" (1960)

Duane Michals: "Things are Queer"

lunes, 28 de septiembre de 2009

Un cuento especial: "El cielo entre los durmientes"

Ni un alma por la calle. Como si el sol de la siesta cayendo a pique y después derramándose por todos lados, hubiera empujado a bichos y gente a quién sabe qué escondidos refugios, adonde el sol no puede penetrar, pero ante los cuales se queda montando guardia, rabioso y vigilante como un perro en acecho.
Por la calle vamos Ernesto y yo. Hace cinco minutos, un silbido me arrancó de la sombra de la glicina y me mostró entre dos pilares de la balaustrada un rostro enrojecido y contento. No hubiera sido necesario que me dijera "¿salís?", con un grito breve y exacto como un pelotazo. Yo lo estaba esperando, o mejor dicho yo estaba esperando un pretexto cualquiera para dejar aquella modorra del patio, adonde me llegaban ruidos lejanos e incitantes entreverados con el aleteo de algún mangangá.

El cielo entre los durmientes de Humberto Constantini.

Hablar de Humberto Constantini es referirse a una generación que eligió, en este caso, la pluma y el fusil, la revolución y la humanidad para llevar adelante la vida.

Hablar de Constantini es remitirse a Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Francisco Urondo y Roberto Santoro, por nombrar sólo algunos. Cuando ellos aparecen desde sus historias, sus libros y sus heroísmos es imposible no detenerse a pensar en los dolores del país y sus miserias actuales. Pero también, cuando esa generación asoma se tiene la certeza que se puede y que lo único que se deben romper son las cadenas.

Militante del PRT-ERP, Constantini nació el 8 de abril de 1924 en Buenos Aires. Hijo único de inmigrantes judíos italianos, sus días transcurrieron en el barrio de Villa Pueyrredon. Egresado en la carrera de veterinaria, este oficio no fue el único en su vida: ceramista, investigador y vendedor fueron sus labores mientras escribía y corregía con una disciplina y “atornillado a la silla”, como a él le gustaba decir. Casado con Nela Nur, tuvieron tres hijos y su primer libro de cuentos, “De por aquí nomás”, se publicó en 1958.

Coherente a la generación del ’70, el motor que lo impulsó a la militancia revolucionaria fue la figura de Ernesto Guevara y la Revolución Cubana. Anteriormente, había integrado el Partido Comunista, del que se alejó por las divergencias que mantenía con la conducción prosoviética.

Cuando el país cayó bajo el férreo mecanismo represivo de la dictadura militar de 1976, Constantini se exilió en México a regañadientes. En el país azteca continúo aferrado a la literatura y también llevó adelante una serie de programas de radio. El 16 de enero de 1984 regresó a Buenos Aires, luego de un exilio de 7 años, 7 meses y 7 días. El 7 de junio de 1987, una enfermedad lo venció. Los que lo conocieron, aseguran que Constantini estuvo escribiendo hasta la última noche de su vida.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Más Stop Motion!

Hoedown from Rodeo from Eleanor Stewart on Vimeo.

Mar de Sophia


Quando eu morrer ( cuando muera)
voltarei para buscar os instantes (volveré para buscar los instantes)
que não vivi junto do mar (que no viví con el mar)

Pirata


O tempo é como o rio
onde banhei o cabelo
da minha amada
água limpa que não volta
como não volta aquela antiga madrugada

Meu amor, passaram as flôres
e o brilho das estrelas passou
no fundo de teus olhos
cheios de sombra, meu amor

Mas o tempo é como um rio
que caminha para o mar
passa, como passa o passarinho
passa o vento e o desespero
passa como passa a agonia
passa a noite, passa o dia
mesmo o dia derradeiro

ah, todo o tempo há de passar
como passa a mão e o rio
que lavaram teu cabelo

Meu amor não tenhas mêdo
me dê a mnao e o coração, me dê
quem vive, luta partindo
para um tempo de alegria
que a dor de nosso tempo
é o caminho
para a manhã que em seus olhos se anuncia
apesar de tanta sombra,
apesar de tanto medo
apesar de tanta sombra,
apesar de tanto medo.


Voz: Maria Bethânia
Composição: Edu Lobo e Capinam

brasileirinha


Maria Bethânia es una de las más reconocidas intérpretes de la música popular brasileña. Hermana de Caetano Veloso, integró junto a él, a Gilberto Gil y Gal Costa, el movimiento tropicalista y el grupo Doces Barbaros.

Brasileirinho es el primer disco que Bethânia editó a través de su sello Quitanda. Acompañada por un trio formado por el guitarrista Jaime Alem, el bajista Jorge Helder y el percusionista Marcelo Costa, María Bethania cuenta a través de las canciones, un poco de la historia de Brasil.

El disco comienza con Salve as Folhas, con la participación del gupo mineiro Uakti, y de Ferreira Gullar, quien recita el poema O Descobrimento, de Mário Andrade. A continuación Bethânia interpreta el bellísimo samba Yayá Massemba, donde habla de la esclavitud y los navíos negreros.

A lo largo de toda su carrera, María Bethânia ha integrado en sus discos y presentaciones, la música, el teatro y la poesía, utilizando textos de poetas brasileros y portugueses. En Brasileirinho, la palabra hablada tiene también su lugar y, además de dos poemas de Andrade, podemos encontrar otros dos de Guimarães Rosa y uno de Vinícius de Moraes.

Siguen Capitao do Mato y Ponto de Janaína, con la participación de Miúcha. Luego, la intensa y colorida religiosidad de Brasil, el sincretismo religioso, las creencias populares se expresan a través de Santo Antonio; Padroeiro do Brasil, y São João Xangô Menino, que incluye una cita al São João do Carneirinho, de Luiz Gonzaga.

El nordeste está representado con Cigarro de Palha y Boiadeiro, y los indios de Brasil a través de Senhor da Floresta, una vieja canción que cuenta una antigua leyenda india. Entre medio de estas canciones, encontramos Sussuarana, donde participa Nana Caymmi. El viaje musical por Brasil finaliza con Melodia Sentimental, de Heitor Villa Lobos, y el poema Pátria Minha, de Vinícius de Moraes.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Teresa y Lydia

Ana Teresa Parra Sanojo (n. París, 5 de octubre de 1889 - m. Madrid, 23 de abril de 1936), escritora venezolana más conocida como Teresa de la Parra. Considerada una de las mujeres y escritoras más destacadas de su época. A pesar de que gran parte de su vida transcurrió en el extranjero, supo expresar en su obra literaria el ambiente íntimo y familiar de la Venezuela de ese entonces. Incursionó en el mundo de las letras de la mano del periodismo y escribió dos novelas que la inmortalizaron en toda América: Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca. Su novela más conocida Ifigenia, planteó por primera vez en el país el drama de la mujer frente a una sociedad que no le permitía tener voz propia.

Ifigenia

Ifigenia fue la primera gran novela venezolana que marca la madurez del género en las letras del país; fue escrita al terminar la Primera Guerra Mundial. Publicada en 1924, escrita en forma de diario personal, fue la primera novela escrita bajo el seudónimo de Teresa de la Parra. Refleja la inconformidad de una joven que no tiene voz propia ni posibilidad de elegir su destino en un mundo que, segúderado, en el que la mujer debe conquistar su puesto en el mundo no a través de una "revolución", sino de una "evolución" que le permita crecer como ser humano. Tal pensamiento refleja, definitivamente, su propio desempeño vital, y se adelanta como práctica de vida a circunstancias que no serán cotidianas en el mundo sino un siglo más tarde. La novela, además de un difícil e interesante tema para la época, muestra muchas de las costumbres venezolanas, especialmente, las de la vida de Caracas. Su personaje de la obra, María Eugenia Alonso, escribe en su diario: “El pensar y tener iniciativa no está bien visto en una señorita decente”,y ella ve cómo ser una mujer inteligente es prácticamente un pecado, cuando toda la sociedad pesa en su contra y le pide que se calle, que se case, que se someta. En 1986 el director de cine Iván Feo, lleva la novela "Ifigenia" a las pantallas de cine.

Las memorias de Mamá Blanca

Es su segunda novela, publicada en 1929, considerada un clásico de la literatura hispanoamericana, constituye la primera gran novela de evocación de la literatura venezolana. Fue escrita en Europa durante una autoreclusión en Vevey, Suiza, que Teresa de la Parra se impuso para terminar la obra. En ella aborda el tema de la memoria, de la saga familiar, ilustra el ambiente de su niñez, mostrando personajes y costumbres de la época. La exploración de la intimidad de la familia de Mamá Blanca es, además reflejo de la intimidad misma del venezolano, tema que siempre le fascinó. La novela relata momentos importantes de su infancia, en especial sobre la relación con su familia. Se desarrolla en la hacienda de su padre en la que existía un trapiche para fabricar papelón. Son éstas las memorias de una jovial anciana que cuenta sus travesuras infantiles. Teresa de la Parra conoció casualmente a esa anciana, con la que no estaba ligada por ningún lazo de parentesco pero sí por misteriosas afinidades espirituales. A lo largo de sus páginas, los ojos de Blanca Nieves van describiendo personajes emblemáticos de un país que experimentaba un profundo proceso de transformaciones políticas, sociales, culturales y económicas. Entre los personajes están Evelyn, la estricta mulata traída de Trinidad, el Primo Juancho, el ilustrado europeísta y Vicente Cochocho, peón de hacienda, quien se expresaba con palabras propias del siglo XVI. En "Las memorias se revela una autora más madura que en Ifigenia, con un refinamiento de su proverbial ironía y más agudo sentido de observación y sobriedad. n su definición, es "un banquete de hombres solo". El texto abre el camino hacia una nueva valorización de la mujer. En clave literaria, es manifestación de lo que la misma autora define como un feminismo.

Lydia Cabrera (20 de mayo de 1899, La Habana - 19 de septiembre de 1991, Miami) fue una excelente portavoz de la cultura afrocubana, se convierte en una fiel rescatadora de todas las creencias y prácticas religiosas presentes en Cuba.
En su infancia no pudo ir a la escuela por problemas de enfermedad y en la casa es educada libremente por tutores. El bachillerato también transcurre en su hogar y posteriormente toma cursos de postgrado.
En 1927 viaja a París, estudia en l'École du Louvre en la que se gradúa tres años más tarde. Lydia comienza a investigar para sus escritos en 1928 y después de dos meses en Cuba regresa a París, y comienza a escribir cuentos negros, que aparecen publicados en Cahiers du Sud, Revue de Paris, y Les Nouvelles Littéraires. Estos son traducidos al francés, y la editoral Gallimard los publica en París, en 1936, bajo el nombre de Contes nègres de Cuba. En 1940, se publica a primera edición en español de Cuentos negros de Cuba.

Por su dedicación a su trabajo se ganó la confianza de los afrocubanos, lo que le permitió en 1950 recorrer todo el país y recopilar mucha información sobre rituales y mitos que eran conocidos por pocos, pues eran guardados como un gran tesoro por los ancianos negros. Todo esto contribuyó a lograr obras extraordinarios patrimonios de la literatura. Su libro "El Monte" es considerado por muchos una obra maestra, una especie de Biblia de las religiones afrocubanas, en el cual según su propia autora su mérito radica en que son los mismos negros de cuba los que hacen este libro, sin mediar el filtro cientificista que pudo haber puesto la autora, es un libro desde los mismos negros, quizás en ello radique su importancia, la estructura a decir verdad es un poco regada, pero sin dudas es un viaje por las costumbres más arraigadas del pueblo cubano.
Sus relatos abordan diversos temas: el origen del universo africano, animales personificados, los dioses africanos, los animales y las plantas, su destino y quehacer en la vida.
Lydia Cabrera muere el 19 de septiembre de 1991, a los noventa y dos años de edad.

"Yo quiero que tú salgas por fin con esa traducción de los Cuentos al español. Es una villanía quedarse con ese libro sólo en Francés ¿oyes? El prólogo mío que creo te ofrecí está seguro... No vas a quedarte a lo niña regalona sin publicar más libro que ése, el trabajo aísla del horrible mundo que estamos viviendo y sólo él salva en semejante infierno de humo sin llama, trabaja pues, que otra cosa será muy fea en ti que no tienes cosas feas" (Gabriela Mistral)

http://www.archivocubano.org/monte_03.html
http://www.cubanet.org/CNews/y09/marzo09/26_C_1.html


La escritora en la sociedad latinoamericana.
Escrito por Luisa Ballesteros Rosas

Virginia

Virginia Woolf cuyo nombre completo de soltera era Adeline Virginia Stephen (Londres, 25 de enero de 1882- Lewes, Sussex, 28 de marzo de 1941), fue una destacada escritora y editora británica. Aunque empezó su carrera literaria escribiendo ensayos y crítica literaria, destacó sobre todo como novelista. Durante el período de entreguerras, se convirtió en una importante figura de la sociedad literaria londinense y formó parte del Grupo de Bloomsbury.

Sus novelas más conocidas son La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando (1928), Las olas (1931) y Entre actos (1941).

Fue redescubierta durante la década de 1970, gracias a su ensayo Una habitación propia, uno de los textos más citados del movimiento feminista, que expone las dificultades de las mujeres para consagrarse a la escritura en un mundo dominado por los hombres.

Textos

This is the only surviving recording of Virginia Woolf's voice. It is part of a BBC radio broadcast from April 29th, 1937.

CARTA A VIRGINIA WOOLF VICTORIA OCAMPO

Tavistock Square, este mes de noviembre. Una puerta pequeña, en verde oscuro, muy inglesa, con su número bien plantado en el centro. Afuera, toda la niebla de Londres. Dentro, allá arriba, en la luz y la tibieza de un living-room, de paneles pintados por una mujer, otras dos mujeres hablan de las mujeres. Se examinan, se interrogan. Curiosa, la una; la otra, encantada.

Una de ellas ha alcanzado la expresión, porque ha conseguido, magníficamente, alcanzarse; la otra lo ha intentado perezosamente, débilmente, pero algo en sí misma viene impidiéndoselo, precisamente porque no habiéndose alcanzado, no ha podido ir más allá.

Estas dos mujeres se miran. Las dos miradas son diferentes. La una parece decir: «He aquí un libro de imágenes exóticas que hojear.» La otra: «¿En qué página de esta mágica historia encontraré la descripción del lugar en que está oculta la llave del tesoro?» Pero de estas dos mujeres, nacidas en medios y climas distintos, anglosajona la una, la otra latina y de América, la una adosada a una formidable tradición, y la otra adosada al vacío (au risque de tomber pendant l'éternité), es la más rica la que saldrá enriquecida por el encuentro. La más rica habrá inmediatamente recogido su cosecha de imágenes. La más pobre no habrá encontrado la llave del tesoro. Todo es pobreza en los pobres y riqueza en los ricos.

Cuando, sentada junto a su chimenea, Virginia, me alejaba de la niebla y de la soledad; cuando tendía mis manos hacia el calor y tendía entre nosotras un puente de palabras... ¡qué rica era, no obstante! No de su riqueza, pues esa llave que supo usted encontrar, y sin la cual jamás entramos en posesión de nuestro propio tesoro (aunque lo llevemos, durante toda nuestra vida, colgado al cuello), de nada puede servirme si no la encuentro por mí misma. Rica de mi pobreza, esto es: de mi hambre.

Su nombre, Virginia, va ligado a estos pensamientos. Pues con usted fue con quien hablé últimamente -e inolvidablemente- de esta riqueza, nacida de mi pobreza: el hambre.

Todos los artículos reunidos en este volumen (al igual que los de él excluidos), escalonados a lo largo de varios años, tienen de común entre sí que fueron escritos bajo ese signo. Son una serie de testimonios de mi hambre. ¡De mi hambre, tan auténticamente americana! Pues en Europa, como le decía a usted hace unos días, parece que se tiene todo, menos hambre.

Usted da gran importancia a que las mujeres se expresen, ya que se expresen por escrito. Las anima a que escriban all kinds of books, hesitating at no subject however trivial or however vast *. Según dice usted, les da este consejo por egoísmo: Like most uneducated Englishwomen, I like reading -I like reading books in the bulk,
declara usted. y la producción masculina no le basta. Encuentra usted que los libros de los hombres no nos explican sino muy parcialmente la psicología femenina. Hasta encuentra usted que los libros de los hombres no nos informan sino bastante imperfectamente sobre ellos mismos. En la parte posterior de nuestra cabeza, dice usted, hay un punto, del tamaño de un chelín, que no alcanzamos a ver con nuestros propios ojos. Cada sexo debe encargarse de describir, para provecho del otro, ese punto. A ese respecto, no podemos quejarnos de los hombres. Desde los tiempos más remotos, nos han prestado siempre ese servicio. Convendría, pues, que no nos mostrásemos ingratas y les pagásemos en la misma moneda.

Pero he aquí que llegamos a lo que, por mi parte, desearía confesar públicamente, Virginia: Like most uneducated South American women, I like writing .Y, esta vez, el uneducated debe pronunciarse sin ironía.

Mi única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer. Si a imagen de Aladino poseyese una lámpara maravillosa, y por su mediación me fuera dado el escribir en el estilo de un Shakespeare, de un Dante, de un Goethe, de un Cervantes, de un Dostoiewsky, realmente, no aprovecharía la ganga. Pues entiendo que una mujer no puede aliviarse de sus sentimientos y pensamientos en un estilo masculino del mismo modo que no puede hablar con voz de hombre.

¿Recuerda usted, en A Room of One's Own sus observaciones sobre dos escritoras: Charlotte Brontë y Jane Austen? La primera, dice usted, quizás es más genial que la segunda; pero sus libros están retorcidos, deformados, por las sacudidas de indignación, de rebeldía contra su propio destino, que la atraviesan. She will write in a rage where she should write calmly.

El año pasado, por estos días, encontrándome en un balneario argentino, conduje, una mañana tibia, al hijito de mi jardinero a una gran tienda (una sucursal de vuestro Harrod's). Los juguetes resplandecientes de Navidad y Año Nuevo nos rodeaban por todas partes. Agarrado a mi mano, abriendo de par en par sus ojos de cuatro años ante semejantes maravillas, mi compañero había enmudecido. Al abrochar sobre su pecho una blusita blanca que le estaban probando, quedé asustada, enternecida, sintiendo contra mi mano el latir precipitado de su corazón. Era el palpitar de un pájaro cautivo entre mis dedos.

El pasaje de Jane Eyre que usted cita, y en que se oye el respirar de Charlotte Bronte (respirar que nos llega oprimido y jadeante), me emociona de modo análogo. Mis ojos, fijos en estas líneas, no perciben ya a la manera de los ojos, sino a la manera de la palma de una mano apoyada en un pecho.

Bien sé que Charlotte Brontë como novelista habría salido ganando con que Charlotte Bronte mujer, starved of her proper due of experience , no hubiese venido a turbarla. Y, sin embargo, ¿no cree usted que este sufrimiento, que crispa sus libros, se traduce en una imperfección conmovedora?

Defendiendo su causa, es la mía la que defiendo. Si sólo la perfección conmueve, Virginia, no cabe duda que estoy perdida de antemano.

Dice usted que Jane Austen hizo un milagro en 1800: el escribir, a pesar de su sexo, sin amargura, sin odio; sin protestar contra... sin predicar en pro... Y así (en este estado de alma) es como escribió Shakespeare, añadía usted.

Pero ¿no le parece a usted que, aparte de los problemas que las mujeres que escriben tenían y tienen aún que resolver, se trata también de diferencias de carácter? ¿Cree usted, por ejemplo, que la Divina Comedia haya sido escrita sin vestigios de rencor?

En todo caso, estoy tan convencida como usted de que una mujer no logra escribir realmente como esa mujer sino a partir del momento en que esa preocupación la abandona, a partir del momento en que sus obras, dejando de ser una respuesta disfrazada a ataques, disfrazados o no, tienden sólo a traducir su pensamiento, sus sentimientos, su visión.

Acontece con esto como con la diferencia que se observa en Argentina entre los hijos de emigrantes y los de familias afincadas en el país desde hace varias generaciones. Los primeros tienen una susceptibilidad exagerada con respecto a no sé qué falso orgullo nacional. Los segundos son americanos desde hace tanto tiempo, que se olvidan de aparentarlo.

Pues bien, Virginia, debo confesar que no me siento aún totalmente liberada del equivalente de esa susceptibilidad, de ese falso orgullo nacional, en lo que atañe a mi sexo. ¡Quién sabe si padezco reflejos de parvenue! En todo caso, no cabe duda que soy un tanto quisquillosa a ese respecto. En cuanto la ocasión se presenta (y si no se presenta, la busco), ya estoy declarándome solidaria del sexo femenino. La actitud de algunas mujeres singulares, como Anna de Noailles, que se pasan al campo de los hombres aceptando que éstos las traten de excepciones y les concedan una situación privilegiada, siempre me ha repugnado. Esta actitud, tan elegante y tan cómoda, me es intolerable. y también a usted, Virginia.

A propósito de Charlotte Brontë y de Jane Austen, dice usted: But how impossible it must have been for them not to budge either to the right or to the left. What genius, what integrity it must have required in face of all that criticism, in the midst of that purely patriarchal society, to hold fast to the thing as they saw it without shrinking .

De todo esto retengo especialmente algunas palabras: ...it the midst of that purely patriarchal society... En un medio semejante al que pesaba sobre Charlotte Brontë y Jane Austen, hace más de cien años, comencé yo a escribir ya vivir; semejante, pero peor, Virginia.

Escribir y vivir en esas condiciones es tener cierto valor. Y tener cierto valor, cuando no se es insensible, es ya un esfuerzo que absorbe, sin darnos cuenta, todas nuestras facultades.

La deliciosa historia de la hermana de Shakespeare que de modo tan inimitable cuenta usted, es la más bella historia del mundo. Ese supuesto poeta (la hermana de Shakespeare) muerto sin haber escrito una sola línea, vive en todas nosotras, dice usted. Vive aun en aquellas que, obligadas a fregar los platos y acostar a los niños, no tienen tiempo de oír una conferencia o leer un libro. Acaso un día renacerá y escribirá. A nosotras toca el crearle un mundo en que pueda encontrar la posibilidad de vivir íntegramente, sin mutilaciones.

Yo friego bastante mal los platos y no tengo (¡ay!) niños que acostar. Pero, aunque (no seamos hipócritas) fregase los platos y acostara a los niños, siempre habría encontrado medio de emborronar papel en mis ratos perdidos -como la madre de Wells.

Y si, como usted espera, Virginia, todo esfuerzo, por oscuro que sea, es convergente y apresura el nacimiento de una forma de expresión que todavía no ha encontrado una temperatura propicia a su necesidad de florecer, vaya mi esfuerzo a sumarse al de tantas mujeres, desconocidas o célebres, como en el mundo han trabajado.

V.O. (Nº 137, noviembre 1934)

SU VOZ


jueves, 24 de septiembre de 2009

Katherine

Katherine Mansfield es el pseudónimo que usó Kathleen Beauchamp, 14 de octubre de 1888 y fallecida el 9 de enero de 1923, destacada escritora modernista de origen neozelandés.

http://www.katherinemansfield.net/index.htm
Kathleen Bowden Murray, nació como Kathleen Beauchamp el 14 de octubre de 1888 en una familia de clase media de origen colonial, en Wellington, Nueva Zelanda. Vivió con sus padres, dos hermanas, una abuela y dos tías adolescentes. Tenía una madre que era muy controladora, por lo que fue criada por su abuela. Esto se produce porque su madre quería tener un hijo, lo que provocó que ella le estuviera constantemente indicando que era un "accidente", por lo que no mostraba interés por ella. En 1893, la familia se muda a un área rural, donde pasará los mejores años de su infancia y donde nace su hermano Leslie.
En 1898, la familia vuelve a Wellington y ella publica su primera historia en la revista del colegio. En 1902, se enamora de su profesor de violonchelo, pero no es correspondida. Se siente rechazada por los habitantes, por lo que decide pedirle a sus padres que la envíen a estudiar a Londres. Sus padres se oponen, pero tras mucha insinstencia la dejan marcharse, junto a sus dos hermanas, al "Queen College". Aparte de ir a clases al instituto, escribe también para la revista del mismo y recibe clases de violonchello. Entonces conoce a su novia y después amante, Ida Baker. Pero cuando termina sus estudios sus padres le ordenan que vuelva a Wellington. Cuando vuelve, se arrepiente de haber vuelto, ya que no le gusta la vida en Wellington, un lugar que considera alejado del mundo inglés. y vuelve a Londres en 1908. A partir de entonces y durante el resto de su vida, su padre le envía una pensión anual de 100 libras esterlinas.
Para entonces, en 1908, se ha convertido en una buena violonchelista y sueña con dedicarse profesionalmente a eso, pero su padre no se lo permite y nunca lo hará realidad. Rápidamente se convierte en una bohemia, como muchos artistas de su época, y conoce a un chico llamado Garnet Trowell, del que se queda embarazada, pero los padres de éste se oponen a la relación y ésta termina. Conoce a un profesor de canto 11 años mayor que ella, George Bowden, con el que se casa, pero lo abandona la noche de bodas. Cuando informa a sus padres de que está embarazada, su madre, Annie, llega a Londres a principios de 1909 y se la lleva a Bad Wörishofen, en Baviera, Alemania, con la intención de mantener su embarazo en secreto y curar su lesbianismo, ya que su madre también conoce su relación con Ida Baker, su amante.
En algún momento en Alemania, sufre un aborto natural y pierde al bebé que esperaba. Vuelve a Londres en Enero de 1910 y no volverá a ver a su madre. Allí publica 12 historias en "New Age". También mantiene una relación con la mujer de su jefe, Beatrice Hastings. Posteriormente, estas historias son publicadas en un libro con el título de "En una pensión alemana", pero tiene poco éxito. A pesar de eso, envía una historia a la revista "Rythym", pero esta es rechazada por el editor, John Middleton Murry, quien le pide algo más "oscuro". En 1911 ambos empiezan una relación, y acabarán casándose en 1918, pero es una relación "ahora sí, ahora no", compartida con Ida Baker. Unas veces está con Murray, otras con Baker, y otras con ambos, los tres viviendo juntos. Contrae gonorrea, que le provocará artritis para el resto de su vida. En 1912 la revista tiene muchas deudas, ya que el socio de Murray se ha ido con parte del dinero ganado. Entonces ella abandona a Murray y a Baker y se va a vivir a Francia, con otro hombre, pero la relación no funciona y decide volver a Londres con Murray. En febrero de 1915, su hermano Leslie llega a Londres, donde se está formando como oficial. Es un momento feliz para ella, pero la alegría no dura mucho, pues Leslie muere en el frente en octubre de ese año.
La muerte de su hermano le deja muy afectada, por lo que empieza a refugiarse en sus recuerdos de la infancia, cuando vivía en Nueva Zelanda, un lugar que antes le parecía horrible. A pesar de eso, a principios de 1916 entra en su época más productiva y su relación con Murray mejora. En diciembre de 1917, enferma de tuberculosis, por lo que empieza a viajar por toda Europa buscando una cura para la enfermedad. A pesar de eso, su salud empeora y tiene una fuerte hemorragia de la que logra recuperarse, en marzo de 1918. Para abril, ya ha conseguido divorciarse de George Bowden, y se casa con Murray, pero se separan dos semanas después.
Publica su segundo libro de historias, "Preludio". Durante el invierno de 1918, ella e Ida Baker viven en un pueblo en San Remo, en Italia, donde Murray llega para pasar las Navidades con ellas. La relación con Murray es distante a partir de ese momento, ya que viven separados, él en Londres y ella en Italia. Mientras está en Italia recibe la visita de su padre, que ha enviudado recientemente. A partir de entonces empieza a buscar desesperadamente cura para la tuberculosis, algunos poco ortodoxos.
En 1920 publica su tercer libro con historias "Por Favor", el cual es un gran éxito. Posteriormente, en 1921, se traslada a Suiza, donde escribe "El Viaje". Un año después publica su cuarto libro de historias, "La Fiesta En El Jardín". Viaja a París, donde se aloja en un balneario cerca de Fontainebleau, donde es visitada por Murray el 9 de Enero de 1923. En la tarde de ese día sufre una segunda hemorragia pulmonar que le provoca la muerte a los 34 años.
Murray coge todo lo que había escrito y se lo lleva a Londres, para publicarlo. Prepara una serie de historias y las publica en un libro titulado "El Canto del Cisne" ese mismo año y al año siguiente hace lo mismo con otras historias en un libro titulado "Algo Infantil". Posteriormente publicará también su diario "Diario de Katherine Mansfield" (1927) y "Cartas de Katherine Mansfield" (1928).

Her influence on other writers throughout the twentieth century has been immeasurable. If it had not been for her conversations with Katherine, Virginia Woolf would probably not have written Mrs Dalloway. Carson McCullers read Katherine’s work so often as a student that the library copies of her books fell apart and had to be re-ordered. Katherine wrote constantly about the process of writing, and her letters and notebooks are among her best work. She searched for the universal through what she called the ‘Defeat of the Personal’. She was looking for a new language to express her ideas, having glimpsed the possibilities while looking at paintings by Van Gogh in the Post-Impressionist Exhibition of 1910; ‘They taught me something about writing, which was queer, a kind of freedom - or rather, a shaking free.’ Katherine’s way of looking became noticeably more painterly and she had important relationships with some of the colourists, particularly Anne Estelle Rice and J.D. Fergusson, as well as some of the younger Bloomsbury painters.

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/mansfi/km.htm

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=50715

http://www.lamaquinadeltiempo.com/mansfield/indexmansf.htm

National library of New Zealand

Cuentos Completos
Los setenta y tres cuentos y los quince fragmentos reunidos en este volumen constituyen la obra narrativa completa de Katherine Mansfield. En su momento comparada con Chéjov y las grandes figuras del realismo ruso por su talento para revelar las oscuras corrientes que fluyen bajo los pequeños incidentes de la vida cotidiana, y por su visión desapegada y aun así precisa y minuciosa, Katherine Mansfield es una de las maestras indiscutibles del cuento moderno. Cuadros de familia y escenas conyugales, episodios de soledad en parajes idílicos o en abigarrados lugares de tránsito, en Nueva Zelanda o en Europa, anécdotas de la convivencia pasadas por el filtro cáustico de la "conciencia psicológica" componen su mundo narrativo, en el que los momentos críticos de la existencia corren el riesgo de pasar inadvertidos entre la monotonía y el fastidio del que hacer doméstico. A veces pesimista y atroz, con un humor irreverente, hay en sus cuentos, sin embargo, un trasfondo de lucidez y equilibrio que explican "esta manía de seguir viva" que a la vez la aquejó y la animó.


http://www.katherinemansfield.com/

...silence had found its voice: Janet

The Terrible Screaming: Texto Completo


Janet Frame, completo Janet Paterson Frame Clutha (28 de agosto de 1924, Dunedin - 29 de enero de 2004) fue una novelista, escritora de cuentos y poeta neozelandesa.
Su familia fue humilde (su padre era ferroviario y su madre, enfermera y luego sirvienta), lo que le permitió una observación muy diversa de las cosas y la naturaleza. Tras su infancia en Nueva Zelanda llena de cambios por el oficio de su padre, y viviendo siempre en un ambiente modesto, Frame se preparó como maestra.
Desde el principio, como muestra en su autobiografía, tuvo una conciencia aguda y dolorosa por el lenguaje. Varias veces fue internada en instituciones mentales, escapando por poco de ser sometida a una lobotomía, modo agresivo de tratar su presunta esquizofrenia. El premio que ganó le evitó esa irreversible experiencia.
Su primer libro fue la colección de cuentos The Lagoon (1951). Su novela Owls Do Cry (1957) combina la poesía y la prosa reflexionando acerca de sus investigaciones sobre los límites entre la cordura y la locura. En conjunto, Frame escribió cinco libros de relatos y doce novelas, varias de las cuales se basan en leyendas maoríes. Incluyen los títulos Scented Gardens for the Blind (1963) y The Carpathians (1988). El segundo de sus tres volúmenes de memorias, An Angel at My Table (1984), fue llevado a la pantalla grande por Jane Campion y premiada en Venecia. Hoy se conoce el conjunto biográfico por ese nombre: Un ángel en mi mesa.
Se considera que Frame es la segunda escritora en importancia, tras Katherine Mansfield, de su país. Ha sido candidata al Nobel, ha merecido diversos premios (como el Commonwealth de literatura). Fue miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras.

Official Web Site of the Janet Frame Estate


Más






Libros sobre la Patagonia

Fuegia de Eduardo Belgrano Rawson
Edit. Sudamericana -1991

http://www.literatura.org/BRawson/sobre_Fuegia.html
http://www.literatura.org/BRawson/Fuegia.html


Portada
Sylvia Iparraguirre

(1) El país del viento. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2003. Colección Alfaguara, Serie Roja.

(2) La tierra del fuego. Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1998.






(3) Tierra Del Fuego. Una biografia del fin del mundo. Textos, selección de textos y entrevistas por Sylvia Iparraguirre. Buenos Aires, El Ateneo, 2000.














La Rosa en el viento
Sara Gallardo - 1979













MUNDO DEL FIN DEL MUNDO
SEPULVEDA, LUIS

Un adolescente, enardecido por la lectura de Moby Dick, aprovecha las vacaciones de verano para embarcarse, en los confines australes de América, allí donde se termina el mundo, en un ballenero que por primera vez le llevará por esos mares donde todavía navegan legendarios héroes de verdad y de mentira. Muchos años después, el joven chileno, ya convertido en adulto y residente en el otro extremo del planeta, periodista y miembro activo del movimiento Greenpeace, vuelve inesperadamente a los lejanos parajes de su escapada juvenil por una razón muy distinta, pero tal vez igualmente romántica: barcos piratas están depredando la fauna marítima que habita las gélidas e impolutas aguas del mundo del fin del mundo. Hay que seguir las huellas sanguinarias del feroz capitán Tanifuji, encontrar pruebas, denunciarlo, impedir la barbarie y salvar a Sarita, atrapada en una enmarañada red de oscuros intereses internacionales.



Las Islas Malvinas

Paul Groussac - Congreso Nacion 1936

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Aguafuertes Patagónicas


Aguafuertes patagónicas (1934) de Roberto Arlt: crónicas periodísticas publicadas entre el 11 de enero y el 19 de febrero de ese año en el diario "El Mundo". Allí describe su travesía por el sur argentino y produce un discurso atravesado por su mirada de periodista y escritor, que no sólo “descubre” un nuevo territorio para sí, sino también para sus lectores, quienes sabrán, a través de sus relatos y descripciones, que existe un más allá de los límites de Buenos Aires. Tales relatos se presentan como unidades sin continuidad, cada uno se configura como una crónica independiente, y el nexo entre ellos está dado por el personaje protagonista y testigo, y por el espacio recorrido.

Sobre las montañas de la cordillera: "Por más que recuerde uno panoramas bellos y escenas repletas de arte, todo se destiñe y empobrece ante ella (la cordillera) y entonces uno se explica el origen de las mitologías, el origen del nacimiento de los gnomos y de los gigantes, la epopeya de los Nibelungos y el Kalevala".

Sobre una empleada que lo deslumbra en el correo de Carmen de Patagones: "Sólo un ciego puede desear vivir lejos del correo de Patagones, pues en él se encuentra empleada Venus Afrodita, disfrazada de morocha. Cuanto viajero entra al correo y mira a la tal empleada recibe una descarga eléctrica y luego, cuando se repone, pide cinco pesos en estampillas de medio centavo, y contadas una por una por la susodicha empleada".

martes, 22 de septiembre de 2009