

Con sólo cinco años, el pequeño Natan siente que este viaje con su papá Jorge no es un viaje más, sino el capítulo previo a abandonar la tierra mexicana –paterna– rumbo a la de los orígenes de su mamá –italiana–. Sin embargo, la ruptura familiar del pasado, lejos de convertirse en un nudo traumático, abre una nueva perspectiva para padre e hijo en su trayecto hacia el arrecife de coral de Banco Chinchorro, donde el vínculo entre ellos crece al ritmo del contacto con la naturaleza. Bucear en Alamar, junto a los personajes, nos permite expandir todo un mundo de experiencias que se transmiten o se dejan incorporar; como si esta sorprendente –extática, lírica, oceánica– película de González Rubio siempre tuviera nuevos secretos escondidos para revelarnos, y para hallarlos debiese nadar entre el documental y la ficción. Sin la necesidad de perseguir grandes ballenas imposibles, Alamar prueba que los milagros (cinematográficos) existen.
En medio de la crisis, ya larga, del cine mexicano, Alamar es un golpe de frescor. Gracias por hablar de ella.
ResponderEliminarUn abrazo Jules.
Mari: ¿¿viste la peli?? ¿te gustó? yo estoy en eso:, la estoy bajando y espero poder verla en estos días!
ResponderEliminarsaluditos!