Nunca me he tumbado en la calle en Berlín.
He visto el arrebol del crepúsculo y el de la aurora, pero entre medio estaba cobijado. Sólo saben algo de una ciudad que yo no conozca aquellos para quienes la miseria o el vicio la han convertido en un paisaje por el que vagan desde el anochecer hasta el amanecer. Yo siempre he encontrado un alojamiento, si bien algunas veces era uno tardío y además desconocido que no volvía a ocupar y en el que tampoco estaba solo. Cuando a esas horas tan tardías me detenía bajo un portal, mis piernas se habían enredado en las cuerdas de la calle, y no eran precisamente las manos más limpias las que me liberaban.
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