“Érase una vez un joven que vivía en Isfahan y que se dedicaba a servir a un rico mercader. Una mañana, muy temprano, el joven cabalgó hasta el mercado, y en su galope tintineaban en el cofre las monedas con las que debía comprar carne, frutas y vino, pero al llegar a la Plaza del Mercado vio a la Muerte haciéndole una señal como si quisiera hablarle.
Aterrorizado dio la vuelta a su caballo y salió huyendo, tomando el camino hacia Samara.
Al anochecer, exhausto y sucio, llegó a una posada y con el dinero del mercader pagó una habitación y se desplomó sobre la cama fatigado y al mismo tiempo aliviado porque creía haber engañado a la Muerte.
A media noche golpearon a la puerta de la habitación y allí estaba la Muerte, sonriendo afablemente.
-¿Cómo es que estas aquí?, preguntó el joven, pálido y tembloroso: esta mañana te he visto en la Plaza del Mercado de Isfahan.
Y la muerte replicó: -Porque he ido a buscarte, como está escrito. Al verte esta mañana en la Plaza del Mercado de Isfahan he intentado decirte que tenía una cita contigo esta noche en Samara pero no has querido hablarme y te has marchado corriendo…"
Anónimo
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