RADAR-Domingo, 9 de diciembre de 2007
Cultura&Espectáculos, 4 de enero de 2008
–¿En qué momento se dio cuenta de que era peronista?
–Cuando conocí a Evita. Yo trabajaba en Minoridad y como había chicos muy inteligentes entonces le dije a María Elvira Caporale, la señora de Mercante, que era el gobernador de la provincia, que quería ver a Evita para proponerle que a esos chicos los sacáramos y los lleváramos al colegio y a la universidad, sin que los otros supieran de dónde venían, que se mantuviera el secreto. Y así la conocí y empecé a trabajar con Evita. En la bendita Fundación, que ojalá se hiciera nuevamente, había de todo: sacamos maestras, abogados, escribanos. No había remedio que Evita no pudiera conseguir, lo conseguía y lo mandaba a buscar adonde fuera. Muchos eran antievitistas y después la combatieron, pero no habrá otra igual. ¡Cómo me gustaría que abrieran los ojos y reabrieran otra vez aquella Fundación! Claro que hay que ser un poco como Robin Hood, sacarles a los que más tienen porque no debería haber tantas injusticias, ni demasiados ricos ni demasiados pobres.
* Fragmentos de Las primas.
Mi hermana dejó la escolaridad en tercer grado. No daba para más. En realidad no dábamos para más ninguna de las dos y yo dejé en sexto grado. Sí, aprendí a leer y escribir, esto último con faltas de ortografía, todo sin h, porque si no se pronuncia, ¿para qué serviría? Leía dislálicamente, dijo la psicóloga. Pero sugirió que ejercitándome mejoraría y me obligaba a los destrabalenguas como María Chucena su choza techaba y un leñador que por ahí pasaba le dijo María Chucena vos techás tu choza o techás la ajena yo no techo mi choza ni techo la ajena sólo techo la choza de María Chucena. Mamá observaba y cuando yo no destrababa me daba un punterazo en la cabeza. La psicóloga impidió la presencia de mamá durante María Chucena y destrabé mejor, porque cuando mamá estaba, por terminar bien pronto María Chucena me equivocaba temiendo el punterazo (...) Yo no quería comer en la mesa de Betina. Me asqueaba. Tomaba la sopa del plato, sin usar cuchara y tragaba los sólidos agarrándolos con las manos. Lloraba si yo insistía en alimentarla porque aquello de meterle la cuchara en cualquier orificio de la cara. A Betina le compraron una silla de almorzar que tenía una mesita adosada y en el asiento, un agujero para que defecara y pis. En mitad de las comidas le venían ganas. El olor me producía vómitos. Mamá me dijo que no me hiciera la delicada o me internaría en el cotolengo. Yo sabía qué era el cotolengo y desde entonces almorcé, diré, perfumada con el hedor a caca de mi hermana y la lluvia de pis. Cuando tiraba cuetes, la pellizcaba.
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