Un pequeño blogcito, para llevarse en un bolsillo o en una mochila mientras se recorre y se da vueltas alrededor del globo, lleno de palabras y de mundos inventados.
miércoles, 12 de agosto de 2009
Piedra Fundamental
El proceso político que conduce a la fundación de La Plata se inicia en febrero de 1880, con la sanción de la ley que proclamaba a la ciudad de Buenos aires, hasta entonces capital de la provincia del mismo nombre, Capital Federal de la República Argentina. La cesión a la Nación de la ciudad puerto provocó una división entre los hombres públicos de la provincia; el enfrentamiento entre autoridades nacionales y provinciales no tardó en producirse, llegando inclusive al derramamiento de sangre. Ante tal estado de cosas se hizo imprescindible el traslado del gobierno provincial a otra ciudad, para lo cual se designó una comisión a efectos de estudiar varias localidades bonaerenses y decidir cuál era la más apropiada para nueva capital provincial. Ninguna satisface plenamente las condiciones establecidas, surge entonces la idea de fundar una nueva ciudad. El Dr. Dardo Rocha, gobernador de la provincia desde 1881, llevará adelante la empresa sin hacer caso a las críticas de sus opositores. Se estudia entonces el sitio más apropiado para el asentamiento, optándose por el Municipio de la Ensenada, dado que reúne algunas de las condiciones importantes tales como la existencia de un puerto, relativa proximidad con Buenos Aires, buenas condiciones topográficas y climáticas y posibilidades de canalizar allí la economía de la provincia. El nombre de la nueva capital se trató en sesión de la Cámara de Legisladores de la Provincia en abril de 1882. El senador José Hernández, autor del Martín Fierro, propuso el nombre de La Plata. Fundamentó su posición en consideraciones históricas, teniendo en cuenta que la región se había llamado Virreynato del Río de la Plata y Provincias Unidas del Río de la Plata.
No son más silenciosos los espejos ni más furtiva el alba aventurera; eres, bajo la luna, esa pantera que nos es dado divisar de lejos. Por obra indescifrable de un decreto divino, te buscamos vanamente; más remoto que el Ganges y el poniente, tuya es la soledad, tuyo el secreto. Tu lomo condesciende a la morosa caricia de mi mano. Has admitido, desde esa eternidad que ya es olvido, el amor de la mano recelosa. En otro tiempo estás. Eres el dueño de un ámbito cerrado como un sueño.
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