sábado, 8 de agosto de 2009

zuihitsus

Recuerdo una mañana clara del Noveño Mes. Había llovido durante toda la noche. A pesar del sol, las gotas de rocío aún cubrían los crisantemos del jardín. En los cercos de bambú y las varas de los setos veía telarañas. A medida que sus hilos se quebraban, las gotas de lluvia quedaban colgando de ellos como perlas de un collar. Estaba conmovida y encantada.
Poco a poco, el rocío fue desapareciendo del trébol y de las otras plantas en las que tan pesadamente se había posado. Las ramas, más livianas, se agitaron casi imperceptiblemente y luego, de repente y con toda armonía, se alzaron.
Más tarde describí a los demás toda la belleza que había visto. Pero mi relato no causó ninguna impresion y quedé desasogada.

Un viento de tormenta. Al amanecer, estoy acostada con las celosías y las puertas completamente abiertas y de pronto el viento entra en la habitación y golpea mi cara -delicia extrema.

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